Imagen del artista plástico y escritor Edward Maldonado |
Sobre la destrucción del planeta (II/II)
El
desprecio y la indiferencia hacia lo que nos sucede en el fondo parece ser una
proyección de lo que le deseamos al otro: deseamos que el otro sea humillado,
consumido, liquidado, perdido en la inexistencia porque es supremacía lo que
deseamos sin notar siquiera que atentar contra el otro, es atentar contra todo
espacio común y contra sí. Atentar contra el otro es fracturar los cimientos de
tu suelo. Y eso es lo que prolifera en el planeta, un creciente odio entre
todos; es como quien corta sus propias extremidades creyendo que así vencerá en
la pelea.
No
soy en lo absoluto ejemplo de un conservacionista, es obligado que debo admitir
estar condicionado por toda una vida en un contexto capitalista. Mas podemos
conversar sobre esta cuestión porque es necesario reflexionarla. En una ocasión
escuché que el suicidio era el acto más ecológico que podía realizar el humano;
en un principio esto me horrorizó con esa gracia cruel de la ironía, pero luego
suspiré por lo casi acertada de esta afirmación pesimista. El humano parece no
tener remedio, y los gobiernos son la prueba más irreprochable de ello. Es
increíble lo que puede la ambición cuando se le alimenta de poder. Todo este
desenfreno patológico por anular al otro llega a justificar la autoflagelación,
porque a fin de cuentas eliminar a la alteridad es eliminar mi posibilidad de
ser. Y esto queridos lectores, lo veo como un enorme desprecio, visceral, por
nosotros mismos. Quién sabe si exagero. Nos odiamos, la humanidad se odia, es
tan egoísta que terminó odiándose a sí misma. Pero, ¿cómo llegamos a esta
situación? Para empezar, es cierto que he generalizado sobre el odio pero sólo
de modo ilustrativo, para evidenciar algo clave en todo este problema ecológico del odio del hombre por
el hombre. La guerra, en la industria, en la economía, por territorios o
recursos… la hacen unos pocos para satisfacer sus intereses y gracias a su
poder extendido, convencen a no pocos de sus dominados para materializar un
odio que termina siendo aprehendido como propio por las masas, ingenuas casi
por diseño. Este odio a veces camuflado en nacionalismos anticuados y
cursilerías reivindicativas como las del populismo ambidiestro, no son naturales en los ciudadanos de a pie, homosapiens, el gran éxito de este sistema es universalizar las causas banales y llegar
a conocer la realidad sin tener consciencia de ella: señoras y señores,
conocemos muchas cosas, y hasta las compartimos en facebook, etcétera, pero ¿qué tan
conscientes estamos de lo que conocemos? ¿Sabemos que el consumo exacerbado en
el que vivimos hoy día es infundido y que, por ejemplo, el éxito del cigarrillo
corresponde a la efectividad que posee la publicidad en su misión? ¿Acaso vemos
que gran porción de nuestros alimentos son elaborados con el fin de explotar
nuestras necesidades calóricas más primitivas y así mantenernos comprando, aun
sabiendo ellos y nosotros, que nos desgastan el bolsillo y la salud? ¿Quién
permite que gran parte de la humanidad se mantenga así, con un velo, ante
aquello que la sustenta maliciosamente? La novela 1984 de George Orwell me es paradigmática en lo personal cuando se
trata de ilustrar este asunto de las responsabilidades; no recuerdo exactamente
ese pasaje de la mencionada novela, pero sí su esencia: las mayorías despojadas
de la dignidad, organizadas, plenamente
conscientes de sus potenciales, son quienes pueden liberar-se de ese yugo
de los pocos sobre los muchos.
El
problema ecológico del planeta es un problema de convivencia y consciencia
humana. ¿Nuestra madre aguantaría que de a poco agotemos todos los recursos de
casa, entre otras cosas vendiendo arbitrariamente los muebles, puertas, privacidad…?
Por muy comprensiva o alcahuete que ella sea, llegará un momento en que
sencillamente desfallecerá por tanta indiferencia. Y es que es tan obvia la
metáfora que no hace falta decir más. El problema ecológico del planeta es de
orden moral, y es que el humano está lejos de ser responsable consigo mismo y
con los demás, porque no hacemos más que reproducir y justificar el discurso de
la opulencia y la supremacía como la verdad de la estancia terrenal. Y esto
como ya vemos y sentimos, trae consigo ciertas implicaciones de muy amplio
espectro.
“Si
la humanidad está destinada a perecer/ es gracias a la humanidad”.
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