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Escritor Invitado: Miguel Montilla La Peña: Las Ítacas

Ulises parte de la tierra de los feasios, por Claude Lorrain 



Escritor Invitado: Miguel Montilla La Peña: Las Ítacas





Las Ítacas


Aquél no estará largo tiempo fuera de su patria aunque lo
sujeten férreos vínculos; antes hallará algún medio para volver,
 ya que es ingenioso en sumo grado.
Homero. La Odisea



Todos tenemos un lugar que (a pesar de toda dificultad) nos ha brindado siempre su cobijo. Lugar en el cual respiramos con mayor libertad. Y que al verle después de una larga ausencia los ojos tienen una percepción distinta del espacio. El cielo se hace más azul y el verde de las montañas se intensifica, la neblina más espesa y la lluvia menos ácida. Los sentidos se agudizan a plenitud por el hachís de la tierra. Nuestros pulmones se ensanchan tanto, que absorbemos el olor de la hierba más enana y oculta. Y esto no lo digo por meras pasiones o nostalgias (aunque seguramente algo de ambas debe existir) sino por la solitaria idea aterradora que me viene del desprendimiento pleno de las personas y las cosas. Lo verdaderamente importante.

Como Ulises al retornar buscamos la esencia del sitio en un respiro: el olor del aire,  el sabor del vino… además, quizá el destino tenga siempre un Eumeo a las puertas de la bien amada Ítaca que nos reciba y ponga al tanto de los pormenores acaecidos. Considero que se nos complica un poco rezumar el sentido del hogar en un respiro (son tantos) y, del cual nos sabemos parte ineludible. Puedo imaginar esa combinación sencilla de olores a campos desperdigados resistiendo a la torpe civilización: Caracas vs. El Ávila. O, quizá el aroma del primer café: Trujillo, Monte Carmelo=La abuela, sin que nos afecte el presente –pasajero- tiempo. El inconfundible olor del chimó entre montañas: Trujillo-La puerta. El olor y el sabor del chocolate. El picante... La luz parda del atardecer… Todo ello comprende una parte esencial para el reconocimiento (con esto no pretendo formular conceptos de identidad pero si, generar sentido de pertenencia), hasta lo más trivial constituye un elemento fundamental para defender lo propio; se me ocurre también: el alma llanera, la empanada, la arepa… O los que buscan a Miranda en el Arco del Triunfo y no saben explicar la emoción que los embarga. Según Cavafis: “Siempre en la mente has de llevar a Ítaca”.

Las Ítacas son los lugares que nos abrazan, a los que siempre regresamos, no necesariamente en cuerpo, sino en alma. Ítaca es el lugar de las afecciones, de las dolencias, el lugar donde: te ven partir, donde te esperan;  cambiando un poco la idea derrotista de Soda Estéreo.  Dice Cavafis en su poema Ítaca: “Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca,/ ruega que sea largo el camino,/ lleno de aventuras, lleno de experiencias...”. Ciertamente la ilusión del retorno genera en cada individuo una suerte de expectación acompañada por un grado alto de excitación, de ideas que confluyen en todo un arsenal de posibles significados, porque no únicamente el que viaja está invadido por la excitación sino, también el que espera. Ítaca se hace idea, pensamiento, y taladra todos los rincones del sentir, como lo deja ver Pepe Barroeta en su texto también llamado Ítaca:

“Un
día
pienso
en
ti, otro y otro…”
  
El que espera recrea una serie de acontecimientos que anhela ver realizados, en este caso sería Penélope quien imagina, en quien el pensamiento se hace recurrente. Ahora bien, aunque el enunciante sea el poeta Miguel James, del que tomamos como referente el texto “Tú Vendrás a Mérida” para dibujar un poco la idea. La intención es sólo ubicarnos en la posición del otro/a (el o la que espera):

                  TU VENDRÁS A MÉRIDA
                 
                  En Julio estará más alta la hierba
                  Tú vendrás a Mérida
                  Y yo
                  Cicerone Africano
                  Te haré ver los lugares que Amo
                  Y tú dirás
                  Te quiero.


            Todos tenemos una Ítaca que nos espera, y en ella una Penélope que teje en compromiso y desteje en señal de resistencia; así como un Telémaco (hijo/a) que desea conocernos y que anhelamos ceñir con el mismo respiro. El mundo tiene sus Ítacas para cada uno de nosotros y, en la que se nos puede ir la vida por encontrarla. Ya que, Ítaca es la tierra que te ha visto nacer, y también la que te recibe, la que te ve levantar y te da su corazón un tanto maltrecho por la acción bárbara de cobardes aqueos. Y que a pesar de todo te alberga con el mejor de los afectos.
  
No faltarán en el viaje hacia las Ítacas los que como Poseidón llevan consigo el propósito de desviar la ruta o, hechiceras como Calipso que retarden los caminos con su belleza y promesas; pero, tales propósitos en lugar de ofuscar el trayecto, avivarán el ánimo del Ulises guerrero por llevar a feliz término su destino; así que, la intención de rehuir a los encuentros está imposibilitada, Ulises debe estar siempre dispuesto para el combate, derribando así, a los que amenacen su paso. Cavafis  en el mismo texto así lo escribe:
 
No encontrarás tales seres en el camino
si se mantiene elevado tu pensamiento y es exquisita
la emoción que te toca el espíritu y el cuerpo.
Ni a los Lestrigones, ni a los Cíclopes,
ni al feroz Poseidón has de encontrar,
si no los llevas dentro del corazón,
si no los pone ante ti tu corazón.

Más que una oscura situación cada altercado debe tomarse como un acontecimiento enriquecedor: un aprendizaje. La vida no es horizontal, posee ritmo y arritmia, altas y  bajas. Y, es allí donde la existencia cobra interés, libre del hostil sedentarismo. Entonces el retorno a Ítaca se convierte en un merecido laurel para cualquier hombre.
  
“Por esta calle se va a Ítaca/ –dice Eugenio Montejo en su poema- y en su rumor de voces, pasos, sombras, / cualquier hombre es Ulises”. Así como cualquier hombre es Ulises, cualquier lugar es Ítaca. Y en nuestro afán por corresponder a la literatura (ficción) con la realidad, se entrecruzan situaciones que ameritan el tratamiento, quizá sean los tiempos que vivimos los que nos hacen establecer tales nexos; bien sea, por denunciar una causa suscitada en nuestra geografía, o por el simple hecho de relacionar una cosa con otra que quizá nada tienen que ver. Abstracciones solamente. 

Es admirable saber de la cantidad de Ulises que salen de su “Ítaca”, para otras “Ítacas” en busca de una mejor forma de vida. Puede sonar un poco a juego de palabras lo que de alguna manera trato de advertir pero, aseguro que los juegos se toman con la misma seriedad con que se toma la vida. No es tan sencillo como se escribe. Continúa Montejo: “En los ojos de los paseantes arde su fuego/ sus pasos rápidos delatan exilio”. Toda esta circunstancia ofusca a todo un colectivo por la inestabilidad tangible en la que se encuentra la madre Ítaca (para mí: Venezuela). Muchos Ulises en la actualidad han dejado su “Ítaca”, su “Penélope”, su “Telémaco”… no para pelear contra troyanos sino, porque han visto menguado su futuro en el propio seno de la madre. O quizá Troya sea la metáfora de la incertidumbre al cruzar la línea.

“Prepara el corazón para el arribo” advierte Montejo, mientras que Cavafis finaliza su poema de la siguiente manera: “Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado./ Sabio como te has vuelto, con tantas experiencias,/ habrás comprendido lo que significan las Ítacas”; es de considerar que Cavafis y Montejo esperan del o los Ulises una especie de catarsis infrahumana para la aceptación momentánea del agotamiento en el que se encuentra el hogar. Nadie, ni Ulises mismo, está preparado para encontrar destruida su Ítaca, menos para verla caer…   

Independientemente de lo justo o injusto que seas, una madre siempre está dispuesta a brindarte su protección, y eso es Ítaca: una madre. Es un signo que jamás podrás librar aunque lo desees. Pero como buen Ulises tal idea no pasará siquiera por la imaginación.  Montejo al igual que en las tragedias griegas, muestra en el poema claro reconocimiento por el destino, lo avala en la vida de cualquier Ulises:

“Aun sin moverte, como los árboles,
hoy o mañana llegarás a Ítaca.
Está escrita en la palma de tu mano
como una raya que se ahonda
día tras día.”

Definitivamente, son los acontecimientos relevantes los que determinarán la existencia. Y quizá nuestra Ítaca necesite de este trance para que los “Ulises” que salgan y, los “aqueos” que se queden le rindan el verdadero respeto y, la debida protección que amerita. Cavafis, Montejo, Pepe Barroeta… al igual que Tolstoi, le Cantaron a su aldea, no le gritaron.    





Miguel Montilla La Peña, escritor y artista plástico trujillano





Referencias Bibliográficas

Cavafis, Constantinos. (2006). Cien Poemas. Fundación Editorial El Perro y La Rana. Caracas-Venezuela.

Barroeta, José. (2001). Obra Poética. El otro @ el mismo. Mérida-Venezuela.

James, Miguel. (2007). Mi novia ítala como flores y otras flores. Mucuglifo. Mérida-Venezuela.

Montejo, Eugenio. (2007). LA TERREDAD DE TODO. El otro @ el mismo. Mérida-Venezuela.






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