Imagen del artista plástico Edward Maldonado |
Sobre la destrucción del planeta (I/II)
Con
este asunto ya tan cotidiano del calentamiento global y la furiosa
industrialización de todo, creo que realmente no digerimos las proporciones concretas
del daño hoy día y el potencial; y es que a diario damos signos de esta más que
ignorancia, indiferencia. Empezaré por mí: a veces no cierro la llave de la
ducha para aplicarme jabón. Sí, lo sé, hay unos que me dirán desconsiderado, se
me ocurre mi madre, y otros que no verán cosa qué corregir allí, “es sólo un
poco de agua”. Y ahí entra la
cuestión de la proporción porque no soy sólo yo. Somos un caudal de gente
haciendo lo mismo. ¿Por qué nos cuesta tanto?
Es
cierto que esto de proteger al planeta es cosa de todos y cada uno de los
humanos que en él habitamos porque a fin de cuentas, como dicen en mi tierra, no
hay para dónde coger. Y es que esto
anterior, la no opción de mudanza de
planeta, por lo menos por ahora, debería ser la segunda razón por la que cada individuo sobre la tierra debe colaborar con la preservación
del ambiente, porque la primera es que hay que proteger este planeta debido a que es el lugar del universo en el que la vida, tal y como la conocemos, puede desarrollarse (y así no tener que contemplar una solución para la segunda). Es amor a aquello que en
suma es la posibilidad de la experiencia de la vida de todos cuantos somos y
seremos. Si migrar de un país a otro es difícil, imaginen migrar a otro
planeta. Empezando, ¿todos nos iríamos? Proteger al planeta es amor por lo que
te sustenta integral y absolutamente, y esto como razón es más que suficiente
para iniciar una empresa total de la humanidad hacia un rescate del planeta,
que no es otra cosa que una convivencia consciente, responsable y respetuosa
entre humanos, incluyendo su interacción con la naturaleza; esencialmente
podríamos considerar que el problema radica en la interacción humano-humano,
hay varios síntomas de ello. La competencia industrial, en su pleno estallido a
finales del XVIII, madre de todas estas perennes emisiones de gases venenosos
¿no fue acaso impulsada por la codicia de unos contra otros, moviendo masas
enormes de excluidos, socializando el desprecio, completamente indolentes de
las consecuencias ambientales y humanas? ¿No se condicionó en muchísimas
ocasiones hasta la geografía, sacrificando la salud de la tierra por todo aquello
que justificaba el crecimiento de la industria y por lo tanto, de los capitales?
¿Ha cambiado esta actitud hasta ahora, o se manifiesta de un modo más “sofisticado”?
La
competencia industrial, que en sí es sólo parte de una gran competencia de supremacías
global, y sus consecuentes efectos, son el termómetro del alma de nuestra época.
Hay consciencia del daño porque esos números se conocen, es algo que todo mundo
sabe y comparte, se elevan bonitas campañas verdes donde se reparten muchos
volantes informativos desechables, impresos con no sé qué tinta sobre papel,
vemos que grandes convenios comprometidos
son firmados por no cualquier mano, y que a la vez está mano factura con
sobreprecio millonario la construcción de una carretera en medio de estorbosos
árboles. Sí, parece que hay conocimiento del deterioro, entonces ¿qué sucede
que vamos en picada? El sistema mundial imperante está invariablemente
destinado a fracasar por su naturaleza autodestructiva, pero de un modo en que
quizá no le está afectando ética ni moralmente, porque el cambio que generó en
el individuo asumir este feroz sistema como absoluto, como lo invariable, significa
adoptar su lógica –la frialdad e indiferencia en pro de la opulencia- y por lo
tanto su manera de razonar la realidad, de comprenderla como medio y fin: en
este sistema –hablo del capitalismo, por si hay dudas de a cuál me refiero- el
medio es la mercancía y el fin la acumulación de capitales, no el aprovechar el
único momento de vivir, como medio, y el ser feliz en este planeta, como fin.
¡Y
es que todo es mutable a mercancía! Dicen de una muy bonita película animada de
ya unos años, sobre un pececito de colores (¿naranja y blanco?) perdido, con
muy bonito mensaje, dicen, que generó tanto amor
por estos pececillos en particular, que los muy comprensivos padres de
hijos inocentes o caprichosos, inundaron con demandas las pocas ofertas
que de esta especie se encontraban disponibles, llegando a que en poco tiempo
esta especie se viera amenazada. Ni hablar de algunas grandes migraciones de
otras especies animales que ahora son interrumpidas del modo más imbécil porque
se han convertido en atracciones turísticas. El milagro de la vida también es
una mercancía, y a veces patentada.
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