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Reflexiones de un venezolano en México sobre el Intelectual y el Artista Latinoamericano (Parte 1)

Julio Cortázar, un latinoamericano universal


Reflexiones de un venezolano en México sobre el Intelectual y el Artista Latinoamericano (Parte 1)

El rol del intelectual, del artista, o sea el del pensador -pensador como término concreto para usos de este texto-, a lo largo de la historia, es no precisamente el del ordenamiento de la realidad sino el de la creación de espacios reflexivos que fomenten ese ordenamiento. Quien trabaja con y para el intelecto, lo hace, por lo general, en términos de compromiso con el desciframiento de ese misterio milenario llamado humanidad; ¿no es acaso, el pensador, entre otros, responsable de definir el corpus del siguiente conocimiento, de la nueva información? Porque un rol que abarca a todo pensador es el de comunicar lo abstracto, de hacer accesible lo trascendental: es responsable de esparcir cuanto pueda la experiencia de lo que sensibiliza y dignifica al tránsito vital. Inevitablemente el pensador creará y comunicará de acuerdo a la temperatura de su tiempo*, esto porque en el fondo todos sabemos que en nuestras particularidades existen sentires colectivos, propios del momento histórico que se vive. En repetidas ocasiones he declarado que no creo en superioridades de ninguna índole entre unos y otros, con todo y que la opinión que enuncié de que el pensador debe fomentar el ordenamiento de la realidad pueda parecer altisonante, pero precisamente es esta su responsabilidad, el trabajo específico del que vive para el intelecto, no ordenar que se ordenen las cosas, sino a partir del trabajo del molino de su pensamiento, tomando la metáfora de Uslar Pietri (1981), compartir el producto, de ese su trabajo, para inspirar lo nuevo y echar leña al fuego de la necesidad del progreso. Y esto no es un trabajo total, sino un principio de.

Arturo Uslar Pietri, venezolano universal

Este tiempo, ya a casi dos décadas cumplidas de habernos alejado del siglo XX, en una Latinoamérica insospechada, hermosa en colores como siempre pero subestimada sin pudor casi por decreto de los que mueven los hilos del poder mundial, exige pensadores que activen más que nunca sus compromisos individuales, procurando encontrar parte de su realización personal en el estar rodeado de una realidad más humana, más fraternal y tolerante, ¿o es que acaso estos hacen su trabajo para disfrute de una humanidad de aridez e imbecilidad irreprochable? Suponiendo que una humanidad así disfrutaría de algo dignificante. No es asumir una bandera particular y ondearla en cuanto lugar se quiera posar, sino comprender enteramente que el pensador tiene la posibilidad de influir en las masas y que aun sin quererlo, puede llegar a crear arquetipos dogmáticos o esparcir malsanas o banales sapiencias. Con esto recuerdo no pocas conversaciones con el músico trujillano Julio Cesar Torrealba, quien manifiesta que hacer música “es un acto de responsabilidad con la humanidad, ya que esta puede influir directamente en nuestros estados psíquicos y por lo tanto en nuestro comportamiento”. Estoy a favor de que el arte, hablando ya específicamente de este, se justifique a sí mismo, que sea todo él experiencia estética, que se haga arte por el arte, siendo esto que el hombre pueda embargarse de belleza como terapia para el alma, como escape de la realidad angustiante, sólo que debe ser el artista, como pensador que es, consciente de lo que enuncia, responsable de lo que pueda desencadenar con lo que enuncia. Porque si, podemos encontrar malicia en el arte, en la academia, en los distintos campos del pensamiento humano… No es raro ver a un publicista desde Nueva York dando consejos, catálogos de consejos, de cómo podríamos todos vivir mejor.


El músico trujillano Julio Cesar Torrealba (izquierda) y el fotógrafo y músico Atilio Saavedra (derecha)


Leyendo a Cortázar en su carta a Roberto Fernández Retamar en la esperanzadora Cuba de los sesenta, –Situación del intelectual latinoamericano, 1967-, he encontrado que en este argentino existía ya la urgencia de delimitar, no de forma impositiva, el rol del intelectual latinoamericano a partir de la situación de su época porque comprendía la universalidad que cubre toda la problemática existencial en el hombre ¡Qué más universal que el pensamiento de quien se preocupa por lo que le es inmediatamente cercano! El pensador latinoamericano, limitándonos a lo que nos es inmediatamente cercano, está obligado a enriquecer su consciencia de la situación actual de Nuestra América, de hacer uso de la lengua, esta que hace de estas tierras una sola,  como puente para el pensamiento creador y dignificante, porque realmente la situación es terrible. Ciertamente pensando en Cuba, pero ya no aquella de mediados del siglo pasado, y como el venezolano nacido hace treinta años que soy,  veo que es el vicio del poder, de todos los vicios existentes, el que más daño a la redonda puede hacer. En la izquierda, como el ámbito de pensamiento social más atractivo para muchos de los intelectuales de nuestro continente, se han generado muchas disputas internas que alimentan a las externas, por estarse esta olvidando de tener una directriz progresista, dinámica y adaptativa, más bien mutando a una dogmatización palurda del resentimiento del hombre por el hombre a partir del uso populista de la urgente necesidad de acabar con la explotación del hombre por el hombre. Más sin embargo sucede que esta manera de pensar política y socialmente no deja de tener sustentación en nuestra inmensurable necesidad del exterminio de las desigualdades humanas, de la esperanza en una humanidad que trabaje en comunión por lo mejor. Porque efectivamente sucede como dice Cortázar en dicha carta:

Con una simplificación demasiado maniquea puedo decir que así como tropiezo todos los días con hombres que conocen a fondo la filosofía marxista y actúan sin embargo con una conciencia reaccionaria en el plano personal, a mí me sucede estar empapado por el peso de toda una vida en la filosofía burguesa, y sin embargo me interno cada vez más por las vías del socialismo.

Y quiero para mis estimados lectores venezolanos, mis hermanos, separar la palabra socialismo del significado que hoy tiene para ustedes, uno rojo, contradictorio, vaciado de toda ética, porque el socialismo al que hace mención el gran argentino es aquel que precisamente inspira para lo mejor, siempre y cuando se base en la integración de los individuos por medio del desarrollo de sus potencialidades mejores y la fraternidad. Haciendo paréntesis, con la histórica mancha y la actual experiencia de lo que hemos presenciado como socialismo en el mundo, es de entender por qué se aborrece tanto este enorme concepto, el cual opino puede tener otra denominación, siendo lo mismo para aquel que anhela la realización humana desde otro ámbito conceptual; considero que el concepto socialismo abarca en si las muchas necesidades de cambio y justicia que ansía el humano y seguro estoy de que si llegamos a alcanzar este ideal, no le llamaríamos de ese modo, porque él es un significado que sentimos como si le arrastráramos en una memoria histórica en los genes, más no un significante estático. En este momento de la humanidad viene unido al pensamiento de izquierda. Ojalá que en un futuro sea un concepto depurado y ambidiestro.



* Parafraseando un fragmento del ensayo El Tiempo de Arturo Uslar Pietri (1997)




Bibliografía
Uslar Pietri, Arturo. La Isla de Róbinson. 1981. Seix Barral. Barcelona, España.

__________ Las Nubes. 1997. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, Venezuela.


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