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Ocho Prosas; en Informes del viento: Crónicas y Anécdotas

Imagen del artista plástico y poeta trujillano Miguel Montilla "La Peña"


Informes del viento: Crónicas y Anécdotas

Ocho Prosas


No es raro escribir, por ejemplo, poemas, y olvidarlos por años. Por lo menos en el caso de este humilde servidor. El detalle interesante de esto es que encontrárselos y releerlos es una experiencia sobre el alejamiento que de nosotros mismos vamos acumulando cuando los años se acoplan como paquetes en una bodega. Mas alejarse es también reconocerse en el hoy, con todo y la tanta energía que se le imprime al querer que logremos el alejamiento de sí mismos, en el hoy. Siempre hay una manera de volver a aquello aunque se esté aboliendo este irrefrenable segundo en transcurso. Notar el alejamiento al leer un poema, por ejemplo he dicho, que se escribió hace años, en esa foto de la infancia, en anécdotas de los padres y familiares, es presenciar la construcción –o desconstrucción- que de sí mismos hemos logrado. Porque no soy el de hace siete años y por lo mismo es que escucho aquella queja social como fastidiosa, es claro el por qué no me gustaba esta otra vestimenta, o  por qué  es notorio que el hígado encebollado ahora si me gusta.

Encontrarme con estas prosas de ya unos ocho años de edad, es reconocer ese alejamiento que esta construcción –o desconstrucción-  de mí mismo  me ha otorgado. Tanto que no recuerdo una remota razón de por qué los escribí. Y aun así, diciéndome están, diciendo eso olvidado que imborrablemente me ha traído hasta acá.


Epístola, muérdete la cola
La epístola es una respuesta ante el lector moderno que no sabe más que escuchar y no le deja a la piel intervenir en la lectura. Este lector no sabe más que debatirse dentro de la lela comunicación de suposiciones. Ofrezcamos la letra de nuestras manos, la que tocamos mientras se hace.

El futuro es de lo que nos cubrimos
Es el día o las hojas, la mañana que no me avisó de despertar este ánimo burlón, las cosas que faltan y muchas veces no deseo. El futuro, es de eso que nos cubrimos.

Adulto
No hay tiempo para pensar que se está acompañado porque nadie lo está. Conocí unos siameses que creían estarlo. No hay dimensiones porque lo que te separa de otros no es la distancia en tiempo en que estás de alcanzar su presencia; admitamos que llegar y estar con otro no significa enteramente estar acompañado.
Acabo de llegar a este lugar tan segmentado de espacios exquisitos, una oficina llena de aire y de cielo en pleno volar. Estoy agradado de estar aunque no puedo hablar con nadie de tantos y pienso que no hay tiempo y debo irme y la casualidad me lo dice también, nos vamos, salimos de la oficina, del edificio, del no estar acompañado para luego, el  no encontrarse.

Suelo
No quiero implicarme en las miradas punzantes de todos aquellos que no soy. Tan insignificante el mundo hoy, tan suicidas las hojas de las ramas que no convencen a la delicia del vuelo y se desploman de imprevisto en el lastimoso, siempre inmediato, suelo.

De
… es que me estoy engañando y todo no está tan opaco. El día tan pesado como charco de lamentos bajo lluvia, el charco agotado de tanta gota y de tanto rebosarse en la misma distancia, el mismo volumen, todo tan mismo. Termina en sismo el día.

Teoría de la dependencia
Me levanto en la mañana como en la tarde, me afeito como cuando como, te recuerdo como golpearme la cabeza, salgo a la calle como cuando duermo dentro de un sueño; me despido de las frases como la muerte lo hace con los líquidos. No hay precisión en torno a la injuria de la indecisión. Hay ofensas que no se callan, otras que ni dicen; el bueno del malo no dice nada. No existen culpables en el infierno. Hay demasiados aquí. Hay esperanza en la muerte, jamás podrá estar más viva allí, por algo la arrastramos en la Historia. La vida es lo que se hace mientras no dormimos, me recordaba mi abuela. Y jamás lo volví a recordar; esto también jamás.

Entonces qué va a hacer
¿Entonces, qué harás?
No sé huir, no lo sé.

Mientras tanto
Era de tarde y pasaba con confianza un lamento que casi era viento;  remedaba los estragos del día que muriendo perpetuaba su aliento en mi memoria y la de ella. No había razones para que el ánimo se me escurriera por los trapos y lamentara el color de su piel a contraluz y de espaldas. No quería ser inoportuno ni discreto. El día se dio y, con estrago y todo, no la pude besar y ella volteó y ya no me vio.


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