El profesor Pedro Cuartín en Coro, su tierra natal |
Pedro Cuartín, el iconoclasta
(II/II)
Es
probable que lo que pretenda el profesor Cuartín con este ensayo sea inspirar
la subversión, justificarla: es que un docente que nos inspire a ser rebeldes con
causa está atento a su labor. Y para esto se vale de nada menos que de
Quevedo como arquetipo del poeta transgresor y cuestionador. Cuartín cita unos
versos fascinantes sobre la lectura y el conocimiento de este grande poeta, probablemente
escritos en una de sus múltiples “visitas” a una celda; acá los transcribo para
disfrute de quien lee estas líneas:
Retirado
en la paz de estos desiertos
con
pocos, pero doctos libros juntos,
vivo
en conversación con los difuntos,
escucho
con mis ojos a los muertos.
Si
no siempre entendidos, siempre abiertos,
o
enmiendan o fecundan mis asuntos;
y en
músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos…
La
razón por la que es Quevedo objeto de observación para Cuartín, es porque este
atentó contra toda institución despótica (“Cágome en el blasón de los
monarcas”, cita Cuartín a Quevedo), cuestión que debe verse contextualizada en
un mundo que castigaba a la independencia intelectual y a las cuales Quevedo se
sublevó por su postura cuestionadora de poeta, o sea, de iconoclasta, de
subversivo. Y es que en toda época el ser poeta debería ser un definirse como iconoclasta.
El
profesor Pedro Cuartín con este texto sugiere una cruzada contra las ataduras
que colocan a la independencia y al cultivo del criterio personal como una
osadía –con todo y que políticos y grandes personajes luchan contra la
ignorancia. Aunque la inquisición ya fue abolida, existen otras muestras de que
desde el poder se sigue intentando cercar la experiencia y el pensamiento
humano ya que la dominación de las masas consiste en limitar los espacios de
interacción y enriquecimiento intelectual y emocional de quienes son sus
dominados. La Academia, que según sus principios es recinto productor de conocimiento y promotor de la búsqueda de objetividad en el pensamiento humano, no está exenta de comportarse como inquisidora al momento de enfatizar su
postura de centro en la esfera del
conocimiento humano; sostiene el poeta Gustavo Pereira que hay dogmas
científicos, “que aunque suene a paradoja, existen” (2007, p. 44). Declara Cuartín
que en cuanto al discurso académico, científico-humanístico, se le ha cargado
de un “torrente desbordante de citas textuales que convierten al discurso en
una especie de casa de citas porque el autor acaba prostituido, es decir, la autoría se
desmorona, se enloda”(2005, p. 43). ¿No da risa citar esta cita, que es muy oportuna para nuestro uso? Tampoco quiere Cuartín desmontar toda una metodología, o
metodologías, que de mucho nos ha servido para la acumulación de conocimiento,
sino que quiere con esto rescatar el criterio personal, la observación
particular, que mucho puede tener de universal. También admite que “A estas
alturas del conocimiento humanístico, no se podría escribir un discurso crítico
sin citas” (Ibíd.), ya que a estas alturas “es
casi imposible decir cosas nuevas” (p. 35); por esto, Cuartín aboga por la insistencia
reflexiva, y que si se nos quiere callar con esto de que ya no es posible algo nuevo, igual puede que “la repetición esconda
algunas destrezas de aceptabilidad, es decir, en que lo que digamos nos
conduzca a saber lo que no sabemos” (Ibíd.). Entonces, ser subversivo no es sólo
desmantelar lo establecido sino reafirmarnos como razón activa, que escarba una y otra vez en el mismo conflicto
hasta encontrar lo valioso en él.
La
originalidad está en debate perenne, dentro de los círculos artísticos sobre
todo, pero también puede ser un elemento represivo para en el momento en que se
da a crear el artista. La subversión, en su función más radical, busca afirmar
la indagación como edificante no de lo original, sino de lo que crea puentes
para el cambio de estado de nuestras consciencias. No existe subversión que no insista en el progreso porque si no, esta sería un mero griterío de caprichos, banal
rebeldía. Y la poesía como espacio de las transgresiones resulta ser un dios ateo, que busca en el cuestionamiento
de las convencionalidades, la meditación sobre lo que no se posee; es ella
lugar donde pueden cuajar nuestras aspiraciones, donde podemos empezar a dar
vida a nuestros ideales, porque definitivamente, citando al profesor Cuartín,
“no hay nada más iconoclasta que proporcionar latidos a lo inexistente” (Ibíd.).
Bibliografía
Cuartín, Pedro. Somos Árboles y Latidos de la Memoria. 2005. Ministerio de la Cultura/CONAC.
Caracas, Venezuela.
Pereira, Gustavo. Cuentas. 2007. Monte Ávila Editores Latinoamericana.
Caracas, Venezuela.
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