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Escritor Invitado: Miguel Montilla La Peña: Sobre la venezolanidad





Escritor Invitado: Miguel Montilla La Peña


Sobre la venezolanidad


          Dibujar o, a mejor decir, generalizar las maneras de ser de las personas sólo porque tienen en común el espacio territorial es tan irresponsable como decir que, nuestras desgracias son un castigo divino. Porque no todo japonés es igual, porque no todo canadiense es igual, porque no todo venezolano es igual. Y me detengo en lo venezolano porque no soy japonés ni canadiense. Mi sencillo y único propósito con estas palabras es el de desdibujar o, el desgeneralizar la imagen kitsch que se ha creado en torno al ser venezolano. Imagino que cuando uno de nosotros llega a otro país lo menos que esperan ver es a un Conde del Guácharo (con el perdón del Conde porque ese es su trabajo) que los insulte y los haga reír hasta morir. No es así, y no lamento la decepción.

Porque no todo venezolano es jocoso, porque no todo venezolano es dicharachero, porque no todo venezolano aplaude las tonterías de sus políticos, porque no todo venezolano se ríe de la calamidad de su país ni hace de tripas corazón. Porque no todo venezolano es pueblo y no todo pueblo es venezolano. Para aclarar ese turbio perfil es preciso hacerlo con venezolanos, no veo otra forma. Desconozco parcialmente registros que aborden a Francisco de Miranda como un afamado contador de chistes y confianzudo in extremis.

Desconozco así mismo, datos historiográficos sobre Simón Bolívar haciendo gracia por el saqueo de América. De igual modo, de Andrés Bello cuajado de risa por el asesinato de Sucre o de alguno de sus semejantes. También desconozco de un Rodríguez poseso de una carcajada en medio de una clase de anatomía, o haciéndose burla por no tener ropa nueva o algo para comer. Es falso que todos los venezolanos somos iguales, que hacemos broma de nuestras desgracias, si los hay, no lo niego, pero el justo por pecadores no tiene entrada para las generalidades.

Porque cuando Faulkner fue condecorado con la orden Andrés Bello en el 1962, Rómulo Gallegos no lo llevó a la primera taguara de Caracas a tomar cerveza o cocuy, tampoco creo que al saludarlo manoteara al viento para intimidarlo, menos para decirle que todo ese manoteo es producto de la sangre africana y que por ello no puede contener el movimiento. Una cosa es nacer en el trópico y otra creer que se tiene pegada al cuerpo una orquesta de salsa o unos chimbagueles. En consecuencia, los venezolanos no somos tan coloridos al vestir (para no decir silvestres). Tampoco llevamos en los bolsillos sancochos ni buenos días, ni tenemos atadas las comisuras de los labios a los lóbulos de las orejas (también amanecemos mal encarados).  No es acertado que apoyarse con el pie en la pared sea un acto totalmente venezolano, como no lo es un instrumento de cuatro cuerdas.

Por tanto, somos ciudadanos del mundo  y es lo que importa. Las injustas malas famas son una idea de llave que sirve solamente para cerrar entradas; más no, para abrirlas. No es posible que en esta oportunidad cada vez que vean a un venezolano, vean a alguien que quiere quitarles el trabajo o sus alimentos, no somos saqueadores. Venezuela no ha sido el único país que ha pasado por una mala racha. Y cuando otros países necesitaron un hogar, o necesitaron que sus habitantes hicieran carrera, Venezuela siempre estuvo presta a recibirlos. Aunque la intención de estas palabras son otras me es inevitable no tocar ciertas cosas que hieren profundamente. En conclusión ser venezolano es todo lo contrario a una pantomima de hombre chévere con la que nos quieren identificar y no es así. Y que quede claro no todo venezolano aplaude las tonterías de sus políticos.



 
MIguel Montilla La Peña, escritor y artista plástico trujillano






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