El fantasma
Llegó apurado a la sala de espera. El viejo banco del centro
carecía de toda clase de calidez. Contaba con dos taquillas blancas en donde se
podía encontrar tras su ventanilla, a pequeños seres solitarios, sonrientes y
siempre prestos a atender. Llegó muy agitado. Noté de inmediato que le invadían pensamientos dolorosos; era un hombre de baja estatura y ropa desarreglada que
me indicaba que venía corriendo. Al comienzo, abrió la puerta aparatosamente.
Los presentes que permanecían rígidos en sus asientos advirtieron el ruido y se
limitaron sólo a cambiar de posición. Llegó asustado, mirándolo todo. Sentí
pena al detallar su rostro colmado de nostalgias. Detalló bien el lugar, los
demás permanecían estáticos, una que otra mirada sobre el hombro, o de esas fugaces,
cómplices y maliciosas. El rostro de aquel hombre me hacía imaginar universos
de soledades. Luego suspiró y se calmó por completo. En ese momento supe
con certeza quién era. Conmovido lo miré y pude observar cómo se despedía de
todo. ¿Había venido a buscar algo o a alguien? ¿Por qué aquel lugar y no otro?
La niña que tenía a un lado lo señaló con una sonrisa y se dijo a sí misma algo
que no logré escuchar; ella también sabía quién era. Aquel hombre con su mirada
y su expresión difícil de describir se despidió de todo y salió. Quizá un
fantasma triste había venido a despedirse de alguien y no lo encontró.
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