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Pensando en Venezuela: Sobre el disfrutar de la comida mexicana y hablarlo desde el extranjero; en Informes del Viento: Crónicas y Anécdotas

 
Imagen cortesía del artista plástico y poeta trujillano Edward Maldonado

Informes del Viento: Crónicas y Anécdotas

Pensando en Venezuela: Sobre el disfrutar de la comida mexicana y hablarlo desde el extranjero

Desde que llegué a México he querido escribir sobre la comida que de acá he conocido. Las mejores anécdotas, considero, son las de los abuelos y las de los viajes y sus comidas. Toda esta delicia que yo quisiera nombrarles sería algo que todo venezolano adoptaría como comida rápida o nocturna, y hasta diaria, porque es de vieja data eso de nuestro casi obsesivo gusto por la comida y el compartirla. Escribir para dar la oportunidad de ese placer de conocer sin conocer que encontramos en las palabras, experiencia de otro para otro; poder compartir para las imaginaciones de mis paisanos descripciones de comidas que de seguro les harían salivar como reacción que nos emparenta con lo primitivo; salivar como ritual innato en nuestra adoración del alimento, que desde nuestros antepasados, los padres del cómo sustentarnos y pioneros de nuestro placer infinito por la comida, se nos ha impreso en alma y carne como evidencia de la necesidad vital instintiva de la sustentación en la alimentación. Pero ya saben, se dice que siempre hay un pero, siempre, parece cosa de no acabar. Escribir sobre comida y su degustación desde el extranjero, siendo venezolano, siento es una enorme falta de tacto, porque es sacar de contexto a algo netamente –actualmente- trágico en la lógica de la cotidianidad venezolana: el alimento es una preocupación que trasciende el ya insignificante detalle de tener o no tener dinero: ya esta dicotomía es moneda devaluada de una sola cara. Tampoco quiero con esto insinuar que podría ser una provocación para mis paisanos, un “yo tengo y tú no”, que he visto repugnantes casos, sino una metida de pata social, porque aunque no estemos allá, y la realidad de la comida no sea la misma, no dejamos de ser de aquella tierra, no dejamos de tener responsabilidades morales con esa tierra, ni dejamos de tener familiares, amigos y demás seres queridos, allá, donde la mortadela es literalmente el pan nuestro de cada día, donde la rabia en mis seres queridos y en todos los demás venezolanos se concentra a diario en el estómago y en la integridad, porque se vive en un país en el que la ley y el hacer política no sirve sino para gestionar la comodidad de grupillos, y vemos a diario prostituyéndose dignidades impúdicamente, con desvergüenza, sin hacerle frente a la deuda mortal que se acumula, o mejor dicho, que no permite acumular salud en tantos niños, tomando a los pequeños como una de las muestras más infinitamente tristes de la realidad venezolana actual. Si el gobierno ve que se tiene secuestrado al pueblo a punta de hambre, y no sólo al hambre de barriga me refiero ahora, con una guerra de esas modernas casi invisibles, el gobierno no puede siquiera mirar hacia la opción de sacrificar al pueblo por su mandato, es algo mayor que la crueldad que puede poseer el secuestrador; esto sólo sucede si el poder es refugio de otro tipo de criminal. La política está concebida para gestionar y solucionar todo aquello que afecte a las sociedades y sus grupos –no grupillos- y si esto no se hace, ya no es política, es terrorismo, es despotismo, es palurda autocracia: es retroceso. Y esta política de la no-política no es practicada sólo por el gobierno, simplemente a veces no se nota que es oposición porque la indiferencia, la prostitución de ideales, el discurso populista y la incapacidad selectiva (o quizá irremediable) parecen ser parte inseparable de esa no-política imperante en todo nivel en Venezuela. Entonces ¿cómo me voy yo a poner a hablar de algo tan banal como el conocer comida nueva para mí, si en mi país tengo amigos testigos de desmayos de adolescentes en liceos por hambre, de muertes tan absurdas como trágicas por intentar comprar alimentos? Es cierto, se debe compartir lo elevado, lo agradable, lo nuevo a aquellos a quien estimas, y es algo que no pocos deseamos al estar fuera del terruño, porque a fin de cuentas, lo que más se extraña de tu tierra es tu gente, el verles, el hablarles. Nuestros seres queridos siempre justificarán el espacio que habitamos: ¡cómo no querer compartir lo bueno con quienes amas! Pero la realidad es otra y la prudencia es lo que cuenta. Venezuela pareciera estar de luto, y al contrario de lo que muchos pensarán, no hay luto, Ella está muy viva, Venezuela está es rabiosa, arrinconada, maltratada y desesperada, a punto de estallar, como un delicado niño caído en desgraciada, ignorado, lleno en sí de libertad, colores y aire pero humillado, manchado y asfixiado por “tutores” irresponsables como indolentes. Venezuela es una posibilidad de la felicidad enclaustrada para beneficio de tiranos y desvergonzados. Venezuela es un grito que está conteniéndose, que está creciendo, que se llena de todas las emociones de cada venezolano que quiere tranquilidad y crecer. Venezuela es una esperanza porque la energía buena que tantos queremos darle, en vista de la crisis, obstáculo que alecciona, desencadena desde ya la búsqueda del progreso, ese que se inocula en nosotros en medio de tanto atentado contra la humanidad del pueblo venezolano, así algunos no estemos pisando nuestra tierra. Después de esto ya dicho que no es cosa fácil ni placentera, y de la vergüenza de sentir que el escribir sobre comida mexicana para mis paisanos, por parecerme algo interesante y curioso resultaría en una falta de tacto, y aunque escribir sobre comida no es necesariamente algo trascendental, me hace gritar que la cotidianidad ha sido suplantada radicalmente, y que estos despreciables nuevos cimientos de miseria que generan rabia e impotencia serán sustituidos por las ganas de remodelar cuanto tenemos y cuanto somos, porque lo que nos sucede, enorme derroche de injerencia, crueldad  y arbitrariedad, nos pone de manifiesto todo aquello que podemos hacer para nuestro bien y poder aportar, porque considero acertada la genérica premisa de que en crisis es que se explotan mejor las potencialidades: hagamos de la crisis el alumbramiento de nuestros potenciales mejores. No hagamos de la crisis la razón de nuestro fracaso total. Y aunque suene banal, hagamos que la comida sea nuevamente ese tema de conversación tan recurrente en los venezolanos que somos de un humor tan caribeño y festivo, porque la bandera del accionar humano debería ser la de la felicidad y ¿acaso la felicidad no empieza por el estómago?


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