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Sobre el artista conocido y desconocido: Trascendencia: más allá de la mercancía

Imagen cortesía del artista plástico y poeta trujillano Edward Maldonado


             Sobre el artista conocido y desconocido:
             Trascendencia: más allá de la mercancía*

            ¿De cuántos Vallejos, de Rokhas, Ramos Sucres nos hemos perdido a lo largo de la historia, porque ellos, de pura timidez o subestimación propia, hermetismo de sus personalidades o falta de “contactos” editoriales, no pudieron ver la luz en unas páginas de un libro propio ni ser disfrutados por lectores ávidos de palabras penetrantes? ¿Cuánto placer en buenas lecturas ha quedado ausente sin ser este medianamente sospechado? ¿Cuántos críticos y lectores no pudieron haber elevado la importancia de tantas obras perdidas por desconocimiento de su existencia, por nunca haber llegado a sus manos, ojos y sensibilidades? La fortuna nos ha legado en centurias a enormes mentes creadoras de ideas que nos han hecho plantearnos la realidad de muchos modos, que nos han ofrecido sensaciones irrepetibles, y alentado a nuevas generaciones, a través del ejemplo y la lectura (“Podemos caer abatidos/ por las balas más crueles/ y siempre tenemos sucesor:/ el niño que estremece las hambres consteladas/ agitando feroz su primer verso.” [Valera Mora, 2002: 39]), a no silenciar el imprescindible ánimo humano de decir y hacerse sentir, pero reiteramos ¿de cuántos, que pudieron llegar a ser de los más leídos, nos hemos perdido?

            El artista no es un ser que anda por las calles engalanado por una aureola que lo identifica como tal, o que bajo un precepto divino nació marcado para ser un genio porque sí. El artista es una construcción diaria, en sí y de sí mismo, que tiene como precio el sacrificio del sentir para decir y el enfrentarse a una sociedad que en ocasiones no le valora hasta que sus creaciones sean una pieza de arte que llegue a alcanzar el estatus de mercancía en una realidad capitalista. Uno de incontables ejemplos, lo encontramos en la pintura trujillana: el gran artista popular Antonio José Fernández, mejor conocido como el Hombre del Anillo, del que encontramos hoy piezas en grandes salones nacionales e internacionales, junto a otros artistas de la talla de Cruz Diez, Picasso y muchos más. Este que a simple vista parecía un hombre que vivía de la caridad y de la suerte de vender a precios risibles alguno de sus cuadros, hoy día costosos, en la ciudad trujillana de Valera; fue subestimado, e ignorado, por los habitantes de esta pequeña urbe, que sencillamente se dejaban llevar por su aspecto sin saber que tras esa andrajosa apariencia, habitaba un grande de las artes venezolanas. Esta subestimación, producto de su aspecto “poco presentable”, lo relegaron a un rincón, el del rechazo y el olvido, hasta que este, de manera bastante trágica, perdió la vida en las calles. Ya muerto, todos los honores para él y sus obras, y la rentabilidad de su talento, para los expertos de esa alquimia que convierte en mercancía al arte.

            Dentro de la plástica venezolana, el del artista Antonio José Fernández es de los ejemplos más trágicos, aunque en la actualidad afortunadamente se le recuerde. En el caso de las letras, Vallejo, grande entre los grandes, fue prácticamente ignorado hasta después de su muerte (Vallejo, 2006; 16); Pablo de Rokha estuvo enfrentado con muchos de sus contemporáneos (de Rokha, 2010; VIII); y José Antonio Ramos Sucre, que en vida declaró en carta a su hermano Lorenzo que había “creado una obra inmortal” (Ramos Sucre, 1992: 161), fue varias décadas después de su suicidio que se le tomó en cuenta seriamente. Estos artistas han trascendido, con grandes dificultades, pero dichosamente han llegado hasta nosotros.

            Se sabe muy bien que el camino a ser un artista conocido no es sencillo, por diversos factores y que, aunque el artista espera que su obra sea disfrutada por otros, la trascendencia en la cultura no es necesariamente el motor que sacude su actitud creadora; pero algo sí es seguro: para el artista, ser recordado es una gran recompensa. Desconocemos lo próximo que sucederá, hay una ley llamada incertidumbre**. Y aunque los poetas trujillanos que he estudiado (Miguel Montilla “La Peña”, Edward Maldonado, Javier Abreu, Rafael Cárdenas y Junior Aquiles Linares) humildemente ejercen su oficio de creadores en su comarca y para ellos mismos; y aunque esto, que usted lee, querido lector, fue parte de un Trabajo de Grado realizado para optar a una Licenciatura en Educación, y que, por conocimiento de la incertidumbre, no sabemos hoy su alcance, es pertinente decir que estos poetas trujillanos, desconocidos en los grandes círculos literarios mundiales, que trabajan para seguir dignificando el arte y la humanidad, están escribiendo y diciendo cosas importantes, están diciendo su tiempo y su percepción del mundo, están ejerciendo su derecho de ser humanos activos negando la abominable tarea de hacerse una partícula más en la masa enorme e inerte en que se está convirtiendo la humanidad entera, tras su histórica transformación de individuos a mercancías.

            Una importante satisfacción, dentro de un ámbito latinoamericano a veces desalentador, es que estos artistas universales y trujillanos que acá se mencionan, son una mínima parte de todos los demás que están ejerciendo su importante rol creador en nuestro mundo y continente, porque gracias a la hermosa terquedad de soñar y soñar de la humanidad, siempre habrá un sucesor, como canta el Chino Valera Mora.



Bibliografía

-Ramos, José. Antología. 1996. Biblioteca Ayacucho. Caracas, Venezuela.

-de Rokha, Pablo. Antologia rokhiana. 2010. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela.

-Valera, Víctor. Obras Completas. 2002. Fundarte. Caracas, Venezuela.

-Vallejo, Cesar. Poemas Escogidos. 1991.  Biblioteca Ayacucho. Caracas, Venezuela.
    ____Cartas del destierro y otras orfandades. 2006. Fundación Editorial el perro y la rana. Caracas, Venezuela. 


*Texto extraido del Trabajo de Grado "La Cercanía Poética–Lectura de la Poesía Trujillana Actual", 
para optar al título de Licenciado en Educación mención Castellano y Literatura 

** ”La incertidumbre es la ley del universo”. J. A. Ramos Sucre

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