Las mujeres cuando van solas en la calle no pueden sentirse seguras ante nosotros, ciertamente. Un fotógrafo amigo de mi esposa, que tiene cara de todo menos de alguien violento, contaba cómo cuando salía en las mañanas a correr, las mujeres evitaban pasar cerca de él.
Pagamos todos por igual, pero no me puedo ofender por eso, porque aunque podamos tener cara amable y las mejores intenciones, dice el refrán que nada sabemos sobre el corazón que da vida a esa cara. No sabemos quién con un listón morado, planea un secuestro con esto como anzuelo, por ejemplo. Así que entiendo a la mujer que prefiere desconfiar: la seguridad superó a la confianza, dice otro refrán. Lo que sí ofende, y debe ofender cada vez más si no se corrige, es la burla oficial, expresada en impunidad y obvias deficiencias en los métodos de investigación, y que resulta tan complaciente, esperemos de manera inconsciente, con un grupo de sádicos que ponen en peligro a la sociedad entera. Porque poner en peligro a un sector de la sociedad, represente una mayoría o una minoría, es poner en riesgo la frágil estabilidad general. La negación de derechos fundamentales a uno sólo entre todos, implica una violacion indirecta a los derechos elementales de todos, que es algo que no entiende aquel que todavía se consuela con la infalibilidad del papa, o asiente ante el discurso de personajes como A. Laje.
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