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De la ternura de los progenitores por sus criaturas

Era otra época, es cierto, es lo que pienso cuando pienso en la época de la revolución industrial: salarios muy cercanos a cero, trabajo infantil... Pienso en "El deshollinador" de Blake. Otra época, otros valores. Valoro a Gadamer por enseñarme en profundidad esto. 

Pero, tengo este pero. 

No creo que la ternura que los infantes provocan en la mayoría de sus progenitores, sea algo que varíe mucho en el tiempo y las culturas*: la mortalidad infantil que hasta hace poco hacía que una mujer pasara la mitad de su vida embarazada, ahora es una tragedia casi desconocida, proporcionalmente, claro; hasta es curioso que existan personas preocupadas por la sobrepoblación, y a la vez otros por las pocas ganas que tienen las más nuevas generaciones de procrear. Pero el punto es que antes, con los valores del momento, en medio de la cotidiana mortalidad infantil, que las madres sufrieran menos, o que estuviesen más acostumbradas a esta pérdida, me parece un ejercicio mediocre de empatía hacia nuestros antepasados. 

John Locke hablaba de libertad para el mercado, que para él era el único merecedor de tal derecho. Grandes capitalistas del siglo XIX hacían fastuosos banquetes para recaudar fondos para caridad, mientras paralelamente se enriquecían gracias a la explotación laboral, con trabajos de salarios mínimos al mínimo, incluidos infantes en sus, digamos, nóminas de pago. Los niños obreros, deshollinadores, mineros, en la Europa industrial, fueron un fenómeno social estremecedor. 

Que el humano modifique un tanto sus valores con cada cambio generacional, no significa que éste, en otros tiempos, no poseyera la capacidad de sensibilidad que hoy día poseemos, porque orgánicamente no hemos cambiado mucho en decenas de miles de años, mas es acá donde aparece evidente la cultura y la historia del pensamiento; el que hayamos llegado a este punto, en el que contraintuitivamente vivimos más y mejor que nunca gracias a la certeza científica y el desarrollo de la técnica, en el que cada vez se hacen más necesarios más derechos para grupos más específicos, y en el que la injusticia parece que indigna a más y más individuos, no debe darnos la autoridad para juzgar el pasado con nuestras unidades de valor: no podemos culpar a todos los que en el siglo XV hacían sangrías y demás "tratamientos" para equilibrar los humores y así la salud, por las muertes que ocasionaron, no podemos acusarlos de que fueran charlatanes, porque muchos confiaban en que ello era un conocimiento real y práctico; no existía el método para determinar la confiabilidad de esta verdad. No es lo mismo un liberal en el siglo XVIII que en el XXI; no es lo mismo un nazi que un neonazi. 

Pero la ternura de la mayoría de progenitores hacia su criatura, esa parece que permanece, a la temperatura de su tiempo, pero está... Me gusta pensar que ha estado. El Neoliberalismo, como consecuencia de la adoración del mercado por parte de poderes económicos casi hegemónicos, hace décadas nos dice que el éxito depende sólo de nosotros y de nadie más, ignorando el impulso y necesidad de cooperación que ha sostenido a la especie: el Neoliberalismo no es más que un sesgo narcisista de quienes miran a otro lado ante lo que han recibido de otros, ante las tragedias humanas que tienen como causalidad la amoralidad, y hasta inmoralidad, sistémica de nuestras sociedades. Una madre del siglo XIX que viera partir a su hijo de seis años a las minas, o que lo veía volver cubierto de hollín, o peor aún, verlo morir antes de tocar la adolescencia de cánceres terribles por la exposición a materiales microscópicos y toxicos, no creo que haya sufrido menos porque esas escenas fuesen más comunes en ese momento. Que el trabajar patológicamente, lo antes posible, sea un valor para el progreso, me parece una burla para los infantes trabajadores de nuestro tiempo, que es uno relativamente privilegiado y consciente. No importa la época en que estemos, la ternura que puede experimentar un progenitor, la inocencia y curiosidad de un infante que apenas aprehende al mundo, la necesidad de un muy valioso y fuerte abrazo, de ese calor, de la sonrisa cómplice y de la palabra afectiva, pareciera que pueden ser inmutables en el tiempo, por eso, aquellos que han empleado a infantes para el trabajo fuerte o arriesgado para beneficio propio, pensando que están dispensado una ayuda, en el siglo XIX o en el XXI, son explícitamente sádicos. 



*Aunque existen algunas excepciones, tampoco muy frecuentes, también sucedía que no todas las partes estaban de acuerdo con el abandono de infantes; ejemplos populares, el caso de algunos pueblos del noreste de Europa en el primer milenio de la era común, o actualmente el crecimiento exponencial del aborto de potenciales niñas, o el desprecio de las ya nacidas, por parte de la cultura machista que predomina en la India, desde que se extendió el uso de las ecografías en dicho territorio. 

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