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Una revisión del capítulo XIII de "Orígenes del totalitarismo" de Hannah Arendt

Hannah Arendt (1906-1975), como testigo presencial de etapas terribles de la humanidad en el siglo XX, y como profunda pensadora política, reconoce en el totalitarismo una forma de gobierno inédita, no vista hasta ese momento, aunque posea inequívocos elementos de la tiranía, por ejemplo, pero lo diferencia de esta debido a su actitud totalizadora, en qué sentido, en que este procura hacer de todo individuo un ser distinto del que ya es, busca, a su manera, producir una nueva humanidad a partir de sus promesas más bien exageradas (p. 562)*. La autora siente la “tentación de interpretar el totalitarismo como una forma moderna de tiranía, es decir, como un gobierno ilegal en el que el poder es manejado por un sólo hombre” (p. 560), de manera completamente arbitraria, irrestringido por la ley, respondiendo a los intereses del gobernante y hostil a los de los gobernados, y usando el “temor como principio de la acción” (Ibíd.), un temor recíproco entre gobernante y gobernados; mas estas son características de la tiranía, tal como se la conocía. Entonces, ¿en qué radica la diferencia? El totalitarismo pretende desconocer las fronteras nacionales e instaurarse en toda la tierra como un productor de una nueva humanidad, pero su ilegalidad no es la misma que la de la tiranía, ya que “su desafío a las leyes positivas afirma ser una forma más elevada de legitimidad, dado que, inspirada por las mismas fuentes, puede dejar a un lado esa insignificante legalidad” (p. 561). Esa ilegalidad-legal es respaldada por la esencia de terror que hay en el sistema totalitario, que es el principal elemento diferenciador respecto a la tiranía: “Si la legalidad es la esencia del Gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía, entonces el terror es la esencia de la dominación totalitaria” (p. 564). Y es que el totalitarismo nunca se ha dispuesto a desplegar entre sus filas un tipo de educación que resulte emancipadora, porque su fin es la dominación a través de una sustitución de un “principio de acción” (p. 567) —este concepto lo toma de Montesquieu— en su cuerpo político; ese principio de acción es suplantado por la ideología.

La "educación" que procura el totalitarismo busca destruir la capacidad de crear convicciones (Ibíd.), para que en las consciencias pueda germinar y enraizar sin ningún inconveniente la ideología que más le convenga, ya que estas están “siempre orientadas hacia la Historia” (p. 570): la ideología busca “La reivindicación de explicación total [ya que] promete explicar todo el acontecer histórico, la explicación total del pasado, el conocimiento total del presente y la fiable predicción del futuro” (p. 571). 

Con una fórmula todopoderosa como una ideología —natural o histórica, según Arendt, para retratar al nazismo y al comunismo soviético, respectivamente—, que ha sustituido la capacidad individual de formar convicciones a partir del pensamiento libre ¿cómo se puede concebir algo fuera de ella, si le da fundamento al terror total? Por eso, aunque vimos caer a Hitler, y hace unos treinta años a la URSS, seguimos viendo un ingente número de personas concibiendo a la ideología que les rodea como fin y principio de su pensamiento y de su visión de mundo: el totalitarismo no necesariamente permanece gobernando un territorio físico específico, sino que también gobierna la mente de muchos sin importar su ubicación en el globo y en el tiempo —acá se puede pensar en la religión como ideología. 

Negar la realidad, desde la consciencia del individuo mismo, es un objetivo importantísimo de la ideología en función de la dominación total, porque al alcanzar esto se procede fácilmente a la modificación de dicha “realidad conforme a sus afirmaciones ideológicas” (p. 572), porque de esta manera se puede tener controlado lo que todo individuo dice —piensa y hasta hace—, valiéndose del control totalitario de, en palabras de Michel Foucault, una “‘policía’ discursiva” dispuesta a reactivar los discursos (p. 38)**, en este caso totalitarios, en cualquier instante. 

“Afuera tú no existes, sólo adentro” dice un verso de una canción de un afamado grupo de rock mexicano, y se puede usar de manera muy ad hoc para describir lo que sucede en un entorno ideologizado totalitariamente: afuera de la ideología totalitaria no se existe, sólo adentro de ella; por eso todo aquel que está aquejado ideológicamente a este nivel, y que acepta sin inconvenientes que existen cosas como “las ‘clases moribundas’ y no extrajera la consecuencia de matar a sus miembros, o que el derecho a la vida tenía algo que ver con la raza, y no extrajera la consecuencia de matar a las ‘razas incapaces’, era [o es] simplemente un estúpido o un cobarde” (Arendt, p. 572). 
 
La ideología totalitaria, por esto, no sólo destruye físicamente a sus oponentes, con su visión irrefutable de la realidad y su misión de producir a una nueva humanidad, sino que destruye la posibilidad de un nuevo comienzo, que para Arendt consiste en evitar que en un nuevo nacimiento de un ser humano “surja un nuevo comienzo y [este, el nuevo ser humano] alce su voz en el mundo” (p. 574). 

En conclusión, el totalitarismo busca la muerte en vida como una nueva uniformidad, desde dentro del ser mismo.


Referencias 
*Arendt, Hannah. (1974). Los orígenes del totalitarismo. España. Taurus Ediciones.
**Foucault, Michel. (2009). El orden del discurso. México. Tusquets Editores. 

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