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No podría amar a una mujer que no fuese feminista

A Cynthia M. E. 

No podría amar a una mujer que no fuese feminista, o por lo menos, no podría amar a una mujer que esté en contra de este movimiento, porque el feminismo, además de ser un movimiento necesario, es un método, a mi vista, para la develación histórica -o para desenmascarar la historia.

En este movimiento no veo un ápice de voluntad de menospreciar al hombre, al contrario de los que argumentan con el prejuicio, sino de, precisamente, develar, desde el punto de vista de quien padece, nuestra"viril" manera de ver el mundo, que, siendo un poco reduccionista, se puede resumir en decir que somos los proveedores del hogar por excelencia..., la tan necesaria "figura" (¿difusa?) paterna... y nada más. 

Tampoco veo en el feminismo la intención de colocar a la mujer como una pobre víctima que merece la comprensión de todos, porque este es un sesgo que las feministas más comprometidas buscan evitar; encuentro en el feminismo la aceptación de que muchas veces es la misma mujer quien propicia el sostenimiento de las estructuras patriarcales, al ceder ante ese canon establecido que conocemos como rol de género, y al reproducirlas en sus hijos -el niño no debe aprender a coser ropa, la niña no debe interesarse por el funcionamiento del motor de un automóvil: hormonal y físicamente, hombre y mujer podemos ser diferentes, pero en esencia, uno y otro somos, indistintamente, seres humanos, seres estéticos y éticos, seres emocionales, históricos, seres que deben unirse, sin distinciones, al momento de hacer de nuestras sociedades y sus espacios... hacer de la vida de todos, algo más grato, más vivible, algo más armonioso.

No podría amar a una mujer que se sienta cómoda con la tradición; no podría aprender de una mujer que no ve en la acción directa, una manera de decirle al poder "te conozco, por eso no confío en ti, por eso no te puedo respetar"; no podría vivir al lado de una mujer que no viera en monumentos, paredes de bancos, edificios oficiales... un lienzo público, histórico en tiempo real, que sirve para alzar la voz, para dejar bien en claro que una vida siempre va a ser más valiosa que cualquier inanimada estructura: y es que esculturas, monumentos, edificios, pueden ser restaurados, y son sólo identidad de quienes se sienten seguros con las narrativas oficiales de los Estados, esos mismos que encarnan la mediocridad institucional, matriz de la pobreza material y espiritual que padece nuestra América Latina.

Y es que el feminismo, como movimiento esencialmente anarquista que es, busca lograr un episteme tan certero, que alcance para sí mismo su obsolescencia: que el reclamo feminista ya no sea necesario porque el respeto y la igualdad se hagan cultura, sentido común.

Yo no podría amar a una mujer que no fuese feminista, porque la satisfacción con el estado actual de las cosas no es más que complicidad, inacción, apatía ante lo que no está bien. Yo no podría amar a una mujer que crea que el camino que la humanidad lleva, es el que nos conducirá a aquello que es mejor, porque la humanidad lo que necesita es revisarse, admitirse, rectificarse con urgencia.

Yo sólo puedo amar a una mujer que me inspire, y que me confirme que esta necesidad de cambio que bulle en mi, es una ética que edifica, que puede abrir paso a lo mejor.

Es por ello que yo amo a la mujer que amo.


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