"Hasta altas horas de la noche, mi padre, echado ya en la cama, leía a la luz mortecina de una vela esteárica. En las tardes, recostado a umbroso árbol en el ancho huerto, me hacía escuchar capítulos de algunos libros que yo podía entender a mis cortos años. Continuamente me hablaba de que el hombre valía no por el poder, ni por el dinero, sino por la fuerza de una bien cimentada cultura".
Mario Briceño-Iragorry, 1954.
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