Escritor invitado: “¡Por los Dioses, Heliogábalo! ¿En serio?” Réplica a un discurso de odio, por Saúl Ordoñez:
A modo de introducción, por Rafael García González
Hace mucho tiempo entendí que la
diversidad sexual no es un problema en la sociedad, sino que la actitud del
grueso de la sociedad con la comunidad LGBTTTIQ+ es el problema.
Por eso los colectivos que representan a este importante sector de la
sociedad, deben fungir como órganos de reivindicación de quienes también son
humanos -y es que ni siquiera deberíamos aclarar que también son humanos. Pero estos órganos
reivindicativos de los derechos de la comunidad LGBTTTIQ+ poseen otro deber,
uno fundamental: ser los primeros en mostrar un verdadero compromiso epistémico
sobre su realidad; lo contrario resulta contraproducente para su causa, porque hay
que admitir que aunque existimos personas que no perteneciendo a esta
comunidad, nos preocupamos por deslastrarnos de los prejuicios destructivos que
los denuestan, hay muchos otros que se creen con derecho de condenarlos
irracionalmente y con crueldad. Si dentro de las mismas filas de la lucha
contra los prejuicios falaces no existe una real voluntad de conocimiento de sí
mismos ¿qué podemos esperar de aquellos que sólo saben argumentar con el odio?
Es por ello que la réplica a “Tal vez, ¡el primer transexual de la historia… si se hubiera podido transgénero!”*, del poeta y pensador mexicano Saúl Ordoñez que acá compartimos, resulta coherente y necesaria, porque la lucha por la justicia total no es una competencia intelectual, sino un compromiso con la verdad, y este no admite vacilaciones ni vaguedades.
*https://issuu.com/prismaqueer-
“¡Por
los Dioses, Heliogábalo! ¿En serio?”
Réplica
a un discurso de odio
Por Saúl Ordoñez
Me
provoca vergüenza ajena e ira tener que compartir y criticar la nota titulada
“Tal vez, ¡el primer transexual de la historia… si se hubiera podido
transgénero!”, firmada por Ana Moll, que aparece en el número de junio del
presente año de la revista electrónica Prisma queer, publicación mensual
LGBTTTIQ+ de Toluca, donde radico. Sin embargo, no puedo permanecer indiferente
ni guardar silencio ante la estulticia y los discursos de odio. Parafraseando a
Simone Weil, cada uno tiene la obligación de luchar contra los males del mundo
y, si no puede hacerlo, al menos, la de denunciarlos, o se convierte en
cómplice. Lo cual no implica, en absoluto, infalibilidad o superioridad moral,
sino el mero ejercicio de la atención (Weil), la reflexión (Arendt) e, insisto,
no el derecho, sino la obligación, de la crítica.
La
nota presenta tres errores, cada uno más grave que el anterior, y no me refiero
a la pésima redacción, pese a lo tremendamente quisquilloso que soy con el uso
correcto de la lengua, no sólo porque soy poeta, sino porque hablar y, sobre
todo, escribir adecuadamente muestran que se piensa adecuadamente. A
continuación, mencionaré y criticaré dichos errores.
Primero.
El título muestra un desconocimiento de los términos usados. “Transexual” y
“transgénero” deberían aparecer en orden inverso. Pues “transgénero” nombra a
los individuos cuya identidad de género (éste es el constructo cultural de lo
masculino y lo femenino) difiere de la socialmente atribuida al sexo que se les
asignó al nacer. Por ejemplo, “transgéneros” son: un macho (uso
intencionalmente esta palabra, pero no me refiero a quien profesa la ideología
machista, sino al componente meramente biológico del sexo) cuya identidad de
género es la de mujer; una hembra, la de hombre; alguien, cualquiera, que se
identifica como no-binario, rechazando la división y clasificación dicotómica
del género imperante en nuestra sociedad. En cambio, “transexual” nombra a los
individuos que adquieren las características físicas del sexo que no se les
asignó al nacer mediante tratamiento hormonal y quirúrgico.
Segundo.
Por muy tentador que resulte y muy fácil que parezca, no es metodológicamente
correcto imponer categorías contemporáneas a sociedades del pasado o actuales
que difieren de la nuestra, donde han surgido dichos conceptos. Hay relecturas
y reescrituras historiográficas “queer”, feministas, postcoloniales,
etc., que persiguen explícitamente una finalidad política: dar voz a los
silenciados, oprimidos, excluidos, perseguidos y vencidos; pero sus autores
suelen estar conscientes y advertir a sus lectores del sesgo metodológico
mencionado anteriormente. También, suelen insistir en que sus trabajos, muchas
veces, son meras hipótesis, debido a la escasez u oscuridad de las fuentes o el
desconocimiento de diferencias culturales entre la sociedad estudiada y la
nuestra. En el mejor de los casos, se trata de pacientes y meticulosas empresas
arqueológicas y deconstructivas. En general, uno de los rasgos que diferencia
al conocimiento científico de la creencia y el saber es que aquel es falsable,
es decir, que se admite como verdadero mientras no se pruebe lo contrario. Si
esto es cierto para las ciencias fisicomatemáticas, lo es mucho más para las
ciencias sociales, como la historia, que no estudia los hechos, porque no tiene
acceso a ellos, –estrictamente, ningún ser humano tiene acceso a ellos–, sino
los discursos sobre los hechos, producidos por sujetos y, por tanto,
inevitablemente subjetivos y atravesados por los más diversos intereses. En el
caso de Heliogábalo, los historiadores coinciden en que es imposible saber
cuánto de los discursos sobre él es real y cuánto es exageración o invención de
sus enemigos políticos, lo cual nos lleva al último punto de mi crítica.
Tercero.
Heliogábalo es considerado uno de los más crueles y sanguinarios emperadores
romanos, como Calígula y Nerón, lo cual lo vuelve una pésima elección para
representar, sobre todo, en una revista LGBTTTIQ+, a los individuos trans. Pero
no narraré la historia de Heliogábalo, que pueden consultar en numerosas
fuentes, sino analizaré el discurso de la nota, recurriendo únicamente a las
referencias necesarias para mi crítica.
Al
final del segundo párrafo, la autora enuncia sobre Heliogábalo: “inspiración
para muchos, decadente para otros, pero tan buen decadente [sic] que es
uno de los ídolos de este movimiento (movimiento de decadente) [sic].”
Heliogábalo sólo puede ser inspiración para tiranos, megalomaníacos y
psicópatas. Es un lugar común calificar a la sociedad romana, específicamente,
la del Imperio tardío, como decadente; pero Heliogábalo no fue un ídolo para
los romanos; además, la autora habla de “movimiento (movimiento de decadente)”,
ignoro a qué se refiere y supongo que ella también; espero que no sea al
movimiento artístico decimonónico llamado Decadentismo, que ninguna relación
guarda con Heliogábalo, ni, mucho menos, a los individuos trans.
En
el tercer párrafo, la autora narra que Heliogábalo hizo su entrada a Roma en un
carro tirado por mujeres desnudas, “como una falta de respeto a la mujer”,
pero, por otra parte, dio “por primera vez la palabra a la mujer en el Senado,
bueno y tanto respeto que es tu madre y tu abuela [sic]”. Lo que la
autora seguramente ignora es que Julia Mesa, abuela materna de Vario Avito
Basiano –nombre de
nacimiento de Marco Aurelio Antonino Augusto, nombre imperial de quien conocemos
como Heliogábalo–, después
del asesinato de su sobrino, el emperador Caracalla, promovió la exitosa
revuelta contra su sucesor, Marco Opelio Macrino, que permitió el ascenso al
trono de su nieto mayor, de catorce años. Pero el comportamiento de Heliogábalo
fue tan malo que, sólo cuatro años después, la misma Julia Mesa conspiró con
miembros de la Guardia Pretoriana para asesinarlo, junto a su madre, Julia
Soemia Basiana, y sustituirlo por su primo, Alejandro Severo.
En
el siguiente párrafo, la autora narra sobre Heliogábalo: “[…] pero el Senado no
permitió te casaras con dos hombres, pero cual vivencia contemporánea los
acomodas en un buen cargo administrativo en donde los tengas muy cerca para
satisfacerte, perdón para trabajar.” No es sarcasmo, forma del humor que es
innegablemente crítica, a veces es incluso cruel y requiere un alto grado de
inteligencia, sino una burla de mal gusto, un pésimo chiste homófobo.
En
el primer párrafo de la segunda página, la autora menciona dos actos que, para
los súbditos de Heliogábalo, debieron de resultar una impiedad imperdonable:
sustituir a Júpiter, deidad suprema del panteón romano, por el Sol y tomar como
esposa a una Vestal. Las Vestales eran sacerdotisas consagradas al culto de la
diosa del hogar Vesta, debían ser y permanecer vírgenes, ser patricias (formar
parte de la nobleza primigenia romana) y de gran hermosura. No hay manera de
sobreestimar la importancia del culto a Vesta y el bienestar de sus
sacerdotisas para la sociedad romana, que creía que su continuidad misma
dependía de ellos y, además, tenía en alta estima la pureza de las mujeres
patricias, como muestra el relato de la violación de Lucrecia por Sexto
Tarquinio, hijo del rey Lucio Tarquinio, y su posterior suicidio que, según la
leyenda, influyeron en la caída de la monarquía y el establecimiento de la
República. A continuación, la autora afirma: “[…] pero tus bisexualidades [sic]
en ese momento te hacen odiar a cualquier mujer después de un año y no fue la
excepción.” Sí, podemos inferir que la autora concluye que todos los varones
bisexuales odian a las mujeres.
Posteriormente,
la autora describe las orgiásticas y sangrientas fiestas de Heliogábalo y su
desenfrenado apetito sexual, que lo llevó a “pedirle [sic] a los médicos
que te cambiaran de sexo, siendo la circuncisión lo más cercano a ello. Por eso
eres considerado el primer transexual, obvio pseudo [sic], conocido de
la historia y casi transgénero.” Ya hablamos de estos errores en el primer y el
segundo punto.
Pero
la puntada final es el cierre de la nota:
El precio:
Apuñalado
a los 18 años en la bañera con la esponja de limpieza de tu suciedad [sic]
en la boca, posteriormente degollado y arrastrado por todo [sic] Roma,
para terminar en el drenaje.
Es
triste el destino de ser diferente, pero tal vez nada de lo que podamos suponer
en desenfreno, pueda llegar al límite de este joven.
Sin
duda, estamos ante un discurso de odio puro y duro. Todo discurso de odio es
intolerable, pero resulta especialmente chocante si consideramos que la
expectativa de vida de los individuos trans en América Latina es de sólo 35
años. El proceso de transición es largo, difícil, caro, incosteable e
inaccesible para la mayoría, que se ve obligada a caer en manos de charlatanes,
a hormonarse sin supervisión de un endocrinólogo, a inyectarse sustancias que
no modifican, sino deforman sus cuerpos y ponen en riesgo su salud y su vida. En
el Estado de México, como en muchas otras Entidades de la República, seguimos
luchando por el reconocimiento de la identidad jurídica de los individuos
trans, quienes, de facto, no existen para el Estado, con lo que ello
implica: la negación de todo derecho civil, derecho humano, garantía
individual. Muchos trans se dedican al trabajo sexual porque no tienen otra
opción. Son discriminados por todos, incluso por individuos LGB. Las trans
tienen la mala fama de ser violentas; como me dijo una, a quien parafraseo:
Cómo les pedimos que no sean violentas, que no estén siempre a la defensiva,
cuando enfrentan violencia sistemática en todo momento y todo lugar.
Finalmente,
un discurso de odio así resulta especialmente grave cuando se presenta en una
publicación supuestamente LGBTTTIQ+ pero que, al parecer, carece de línea
editorial, de revisión y de nociones como humanidad, compasión, piedad,
caridad, justicia, solidaridad, etc. No hallo manera de comprender ni
justificar el error. Dado que junio es el mes del Orgullo, hubiera resultado
muy fácil y apropiado escribir sobre Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, mujeres
trans, marginadas entre los marginados, pioneras de la lucha contemporánea por
los derechos LGBTTTIQ+, de la lucha contra el VIH-SIDA, verdaderas activistas
que carecieron de todo, pero lo dieron todo. O de las Famosas de Humboldt, las
míticas trabajadoras sexuales trans de Toluca, quienes, desde hace un tiempo,
han realizado acciones sociales y políticas como regalar juguetes a niños y,
durante esta pandemia, repartir víveres en las zonas más marginadas de la
ciudad y, por tanto, las más afectadas, lo que nadie había hecho.
Paradójicamente, Toluca Shore, el grupo detrás de Prisma queer, ha
colaborado con ellas en estas acciones, lo que reconozco, pero que hace más
justificable la vergüenza y la ira que me obligaron a escribir esta larga
crítica.
Creemos
que los medios electrónicos han democratizado la libertad de expresión, pero es
una falacia, la enorme mayoría de los seres humanos no tiene acceso a Internet.
Quienes tenemos la posibilidad de hablar, desde un medio tradicional o nuevo,
somos privilegiados, una minoría privilegiada, lo cual debe hacernos más
conscientes y responsables de nuestros discursos. Hace unas semanas publiqué
con entusiasmo cómo las K-pop staners han utilizado las nuevas
tecnologías para realizar acciones políticas exitosas sin salir de sus habitaciones.
Y ahora publico esto. Los nuevos medios no sólo han “democratizado” la libertad
de pensamiento y expresión entre, insisto, una minoría privilegiada, sino la
imbecilidad moral, la incapacidad de juicio, de distinguir entre lo bello y lo
feo, lo bueno y lo malo, que Hannah Arendt identifica con el pensamiento en
general. Como afirma Simone Weil, para ejercer la libertad de pensamiento, es
prerrequisito pensar, pensar correctamente. Invito al debate racional y
argumentado.
Muchas gracias por compartir mi texto y por tu tan acertada y solidaria introducción.
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