Una de las "Multitudes", de Andrés Waissman |
Democracía, no democracia
Me ha rondado desde hace años por mis ideas que la
democracia en la que vivimos sea nombrada de otra manera, no sé, digo yo que
más bien algo como “democracía”, ya que el paradigma que de esta nos implantaron
en nuestra sociedad entra en contradicción con lo que esperamos de ella, y
parece estar mal pronunciada, o también, mal ejecutada; así que, yo digo, no
vivimos en democracia, sino en democracía.
Se ha insistido desde antes de que millones de nosotros naciéramos, que la
democracia es la voz del pueblo, y
que el aporte que le debemos a nuestras patrias, resumido prácticamente a un
esporádico escoger a un ya escogido, es
un acto ineludible y que la omisión de este es pecado terrible, rasgo exclusivo
de aquellos irresponsables que no asumen su compromiso con la vida de la
nación. La democracia en nuestros países es la muchacha de los mandados de
aquellos que hacen negocio con las riquezas de nuestros pueblos.
Cuando nos dicen que es un traidor o irresponsable el que no se hace actor en este muy
digno de ser nombrado circo que es la participación electoral, no vemos más que
la intención de descrédito para aquellos que ante el razonar crítico del
entorno político-social que les envuelve, sienten que no es posible que este
medio que debería ser trascendente e inclusivo, sea limitado y no genere más
cambio que el rotar de personajes e intereses de unos pocos sobre los muchos.
¿Acaso seguimos pensando que el mundo se divide en buenos y malos? Nada más
alejado de la realidad: nuestra memoria histórica exalta a aquellos que en su
momento fueron revolucionarios en su pensar y proceder, y que gracias a sus proezas
generaron cambios realmente significativos pero, siempre un pero ¿por qué no
alentamos a las masas a seguir estos ejemplos de innovación, de reacción
justificada contra la autoridad, de escoger un camino inédito, no planteado por
grandes líderes? Eso de la voluntad popular es palabra hueca. La democracía nos
insta a evitar que el pueblo sea voluntarioso. Todos bien sabemos que al poder
no le agrada la idea de un pueblo crítico, y decir algo más al respecto es mera
retórica; es axiomático: las masas deben ser críticas, y la autoridad trabajar
bajo el mandato más que divino de las mayorías. Entonces ¿qué de malo tiene que
hayan personas que no se sientan representadas en este fingimiento que yo llamo
democracía? ¿No son estos individuos termómetro fiel de lo que sucede en el
interior de nuestra conciencia colectiva?
La mayoría no tiene opción de ver más allá de lo que
los grandes presupuestos propagandísticos del Estado (parcializado) y grandes
partidos políticos les permiten, cercando la posibilidad de escogencia del
electorado (que es medio y no fin en la democracía) en lo que los poderosos
permiten ¿Cuántos candidatos excelentes, con propuestas de gobiernos factibles,
no llegan ni a un cuarto de la población por poseer estos pocos recursos para
propaganda? Y ahí un grave delito de quienes están encargados de que la
democracia sea democracía: todo ciudadano que tenga una propuesta de progreso,
de bien común, desee cuando lo desee, venga de donde venga, debería recibir
todo el apoyo, o por lo menos el justo, de que toda persona, hasta la última,
se dé por enterada de lo que este plantea para la construcción del porvenir
general. ¿No suena esto a justicia democrática? La democracia es pisoteada desde
la propaganda de los grandes partidos, ya que esta le permite sólo a los que
poseen grandes recursos la participación efectiva en las justas electorales. Así
que, amigo, usted que aspira a ser un político honesto, de calidad moral y
ética, olvídese de la participación directa en la democracia si no cuenta,
usted, que es ciudadano de a pie, con el apoyo de los grandes, porque usted,
que con esfuerzos grandes sólo puede aspirar a darle una vida relativamente
digna a los suyos, no puede abonar la tierra del Estado porque es usted poco
más que un pata en el suelo, y los pata en el suelo sólo acuden a las urnas
electorales, porque ese es su deber, aceptar esta reclusión que la democracía le
otorga como placebo político: y no lo olvide, debe estar agradecido de que la
democracía le otorga esto, porque el que no cumple en las urnas es número
desperdiciado, irresponsable, traidor de la patria. Si la democracía fuese
democracia, la abstención electoral y el voto nulo serían dato rico que
replantearía la manera en que interpretamos la muy maltratada voluntad popular.
No es posible que en una elección que supere el veinte por ciento de
abstención, no exista una reacción ante esta descomunal muestra de
inconformidad popular (esto, pensando en las elecciones presidenciales
venezolanas del 14 de abril de 2013).
El Estado cuando es democrático, se encarga de que
toda posibilidad de progreso sea tomada en cuenta, hasta la última, y por sobre
todo, que esta sea de conocimiento total en la población; lo contrario es
dictadura enmascarada. El Estado cuando es democrático, vela por que cada uno
de los ciudadanos, en plena consciencia de su rol político, sea tomado en
cuenta y apoyado, ya sea como voto o participante directo, si alguno de estos
así lo desea. La democracia no pone barreras en cuanto a la participación total
de la población como agente de cambio. Lo contrario no es democracia, es
democracía.
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