No creo en Dios porque nunca lo vi.
Si él quisiera que yo creyera en él,
sin duda que vendría a hablar conmigo
y entraría adentro por mi puerta
diciéndome: ¡Aquí estoy!
(Esto es tal vez ridículo a los oídos
de quien, por no saber lo que es mirar las cosas,
no comprende a quien habla de ellas
con el modo de hablar que reparar en ellas enseña)
Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y sol y el rayo de luna,
entonces creo en él,
entonces creo en él a toda hora,
y mi vida toda es una oración y una misa,
y una comunión por los ojos y por los oídos.
Pero si Dios es los árboles y las flores
y los montes y el rayo de luna y el sol,
¿para qué le llamo Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y sol y rayo de luna;
porque si él se hizo, para que yo lo vea,
sol y rayo de luna y flores y árboles y montes,
Si él se me aparece como árboles y montes
y rayo de luna y sol y flores,
es que él quiere que yo lo conozca
como árboles y montes y flores y rayo de luna y sol.
Y por eso yo lo obedezco
(¿Qué más sé yo de Dios, que Dios de sí mismo?),
Le obedezco viviendo, espontáneamente,
como quien abre los ojos y ve,
y le llamo rayo de luna y sol y flores y árboles y montes,
y lo amo sin pensar en él,
y lo pienso viendo y oyendo,
y ando con él a toda hora.
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Alberto Caeiro. Uno de los varios pseudónimos con que Fernando Pessoa (Lisboa 1888- Lisboa 1935) firmó su obra.
Buen poema.
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