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Entrevista a Saúl Ordoñez: "Simone Weil, pensamiento y acción"

Saúl Ordoñez 


Simone Weil, pensamiento y acción

Entrevista a Saúl Ordoñez*

Agradezco a Rafael García González la provocación para escribir sobre la obra de Simone Weil (1909 – 1943). Sus preguntas me meten en problemas, pues me obligan a releer y repensar a la filósofa y mística francesa. Tales problemas son los que disfruto. Como afirmó José Lezama Lima, “sólo lo difícil es interesante”.

Las dificultades para exponer el pensamiento de Weil son varias. La mayor es que casi el total de su obra se publicó póstumamente. Weil nunca escribió un libro, sino ensayos, en general, breves, proyectos y notas. No sólo no construyó un sistema filosófico –afortunadamente–, sino que su pensamiento es fragmentario, complejo, varias veces, contradictorio, un work in progress que suspendió su temprana muerte.

Advierto que, al responder las preguntas, trataré de apegarme, en la medida de lo posible, al pensamiento de Weil, pero también recurriré a otros autores y a mi propia reflexión.

-¿Cuál es tu relación con la obra de Simone Weil y por qué te interesa?

Conocí a Simone Weil gracias a la poesía. En el libro Decreación de Anne Carson. Precisamente, “decreación” es un neologismo acuñado por Weil y una de las nociones fundamentales en su pensamiento místico. Tengo predilección por los filósofos que ponen en entredicho el canon y, entre ellos, por las filósofas, así que me aboqué a leer a Weil. Encontré algunas relaciones entre su pensamiento y el de María Zambrano, que ya había trabajado, y decidí abordarlas juntas en mi tesis doctoral. Jesús Moreno Sanz y otros estudiosos han encontrado similitudes entre las vidas y las obras de Edith Stein, Hannah Arendt, María Zambrano y Simone Weil. Todas ellas me interesan, aunque aún no he leído a Edith Stein como a las otras.

Como Arendt, Weil afirma que pensar es pensar sobre algo. Es decir, proponen una filosofía que no es la retirada del mundo y la reflexión de la conciencia sobre sí misma, sino una reflexión sobre el mundo. Entonces, aunque cuando se actúa es necesario no pensar y pensamiento y acción son actividades diferentes, opuestas, incompatibles, el pensamiento bien puede ser guía para la acción.

Me interesa también que Weil fue mística. Su pensamiento místico no es ya filosofía, está más allá. Pero fue una mística sin religión, sin dogma, gnóstica, que propone amar a Dios como ateo.

En breve, me interesa porque su filosofía no es una retirada –o una rendición– del mundo y porque su pensamiento místico no es ya filosofía.

-¿Qué es la persona y lo impersonal para S. W. y por qué la separa de lo sagrado? ¿Qué es lo sagrado según ella?

Simone Weil propone una situación límite: podría sacarle los ojos a quien se encontrara por la calle y no lastimaría en nada su persona. Esto amerita una extensa explicación.
Roberto Esposito ha mostrado que la persona no es una sustancia ni una idea, sino un dispositivo. La noción de dispositivo fue acuñada por Michel Foucault, pero ha sido desarrollada por Gilles Deleuze y Giorgio Agamben. Un dispositivo es una extensa y heterogénea red de discursos –lingüísticos y no lingüísticos–, discursos de poder y discursos de saber. Un dispositivo no es cada uno de estos discursos por sí mismo, sino sus relaciones, sus intersecciones, los nudos de la red, es, efectivamente, una red en la que estamos atrapados y que tiene la función estratégica de dominarnos. El tercer elemento de un dispositivo, junto a los discursos de poder y los discursos de saber, es procesos de subjetivación, sin los cuales un dispositivo sería pura violencia explícita. Los procesos de subjetivación no eliminan la violencia de los dispositivos, solo la enmascaran, pues, como mostró Foucault, nos convertimos en sujetos al someternos a nosotros mismos. Creemos que nuestras subjetividades son ontológicas o que son libremente asumidas, cuando, en realidad, son producto de los dispositivos. Todo proceso de subjetivación conlleva un proceso de objetivación, somos sujetos en tanto somos también objetos de nosotros mismos, en tanto nos sujetamos. Vivimos inmersos en un sinnúmero de dispositivos, desde el que Agamben ha llamado la Máquina Antropológica, que nos constituye como humanos, separándonos del resto de seres vivos, el del lenguaje, el de la persona, hasta otros que solo producen subjetividades larvarias, como los gadgets tecnológicos. Entonces, toda subjetividad, toda identidad, es producto de un dispositivo.
Esposito ha estudiado el dispositivo de la persona en tres campos, en el Derecho Romano –que se apropió del término teatral “persona”, con el que se nombraba a las máscaras que usaban los actores en las representaciones, y lo usó para nombrar a sujetos de derecho físicos y morales–, la teología cristiana y la filosofía. Propongo que el dispositivo de la persona opera incluso en ausencia del término, ahí donde se distingue y jerarquiza a los seres humanos y a unos se les da mayor valía que a otros, donde se piensa la diferencia en términos de valor. “Persona” es un término problemático, al par, tan amplio como para abrazar a la humanidad entera y tan estrecho como para excluir a la gran mayoría y, finalmente, para expulsar a todos. 

En el Derecho Romano, solo gozaban plenamente de la condición de persona los varones que poseían tres rasgos: 1) la ciudadanía, por sobre los extranjeros, 2) la libertad, por sobre los esclavos y 3) la posición de paterfamilias, de sui iuris, el poder de mandar sobre sí mismos, la propiedad de sí mismos, basada en la propiedad y el sometimiento de las mujeres, los varones alieni iuris (descendientes, libertos y siervos) y los esclavos. La condición de persona se perdía si se perdía cualquiera de ellos. Son conocidos numerosos casos, como el del filósofo Séneca, que se suicidó ante la animadversión del emperador Nerón.

En la teología y la filosofía, el dispositivo de la persona opera divisiones y jerarquizaciones en los seres humanos, y sometimiento, primero, sobre uno mismo, luego, sobre los otros. Así, en Cristo, la segunda persona de la Trinidad, encontramos dos naturalezas, una humana y otra divina. Debió someter su naturaleza humana a la divina para someterse al Padre y encargarse de la oikonomia –la administración– de la Salvación, para que le fuera dado el Reino. Si Dios es Uno y Trino, en el operan distinciones y se somete a sí mismo. 

En la filosofía, de forma muy resumida, el dispositivo de la persona opera distinguiendo, en los seres humanos, el cuerpo del alma y, en ella, la parte apetitiva de la racional. La razón ha de someter a los apetitos y el alma ha de someter al cuerpo. Quien lo haga, quien se someta a sí mismo, quien tenga la condición de persona, está en condición de someter a los demás. Esto tiene consecuencias políticas importantísimas. Las personas delegan su autoridad en la persona del soberano, quienes se han sometido y someten a otros se someten, a su vez, al soberano. En la bioética, Peter Singer y Hugo Engelhardt distinguen a las personas de las cuasi-personas –los niños–, las semi-personas –los viejos–, las no-personas –los enfermos en estado vegetativo– y las anti-personas –los locos. Las vidas de estos últimos están en manos de sus cuidadores, quienes pueden disponer de ellas considerando el gasto social y económico que implica mantenerlas. La condición de persona le ha sido negada a la mayoría de seres humanos según términos de sexo, género, raza, orientación sexual, ciudadanía, religión, etnia, clase social, riqueza, educación, ocupación, edad, etcétera.
Simone Weil escribe en contra de los filósofos personalistas franceses Emmanuel Mounier y, sobre todo, Jacques Maritain, que participó enormemente en la redacción de la Declaración universal de los derechos humanos. Maritain distingue a los individuos –quienes se ocupan del cuerpo, obedecen a las pasiones y son egoístas– de las personas –que viven una existencia espiritual en términos de racionalidad y, naturalmente, sin mayor explicación, tienden al bien–. Aquí resuenan ecos de Platón, para quien la del filósofo era la forma de vida superior, y de Aristóteles, quien afirmó que quienes se dedican con el cuerpo a satisfacer las necesidades del cuerpo en nada se diferencian de los animales. Weil, comprometida con los pobres, los desempleados, los obreros y campesinos, cuya existencia compartió, señala la inequidad sobre la que se levanta la filosofía personalista. Solo quienes tienen el privilegio de tener satisfechas y aseguradas sus necesidades corporales pueden desentenderse del cuerpo; usualmente, solo quienes tienen asegurada la propiedad y el uso del mundo pueden apartarse del mundo y dedicarse a una vida espiritual. Por supuesto, también es problemático en qué términos se plantea la espiritualidad. Sin la noción de dispositivo, Weil observó, distinguió y señaló claramente el dispositivo de la persona, su operación, sus resultados.
Entonces, “persona” no nombra a un ente, a una sustancia, sino una condición que depende del reconocimiento de la colectividad, a la que Weil, siguiendo a Platón, llama el gran animal. Por eso podríamos sacar los ojos a cualquiera por la calle y no dañaríamos su persona, solo su cuerpo. “Persona” es un término vacío. Resulta sospechoso que conservadores y progresistas enarbolen a la persona y su dignidad en discursos opuestos.
La persona no es ni puede ser sagrada, porque depende del reconocimiento colectivo, del gran animal. Sólo lo impersonal es sagrado. Para Weil, lo sagrado es Dios; pero, para permitir que la creación sea –y, sobre todo, que el ser humano sea–, Dios se ha retirado, se ha contenido y limitado a sí mismo. No interviene en el mundo sino mediante el don de la gracia. Los seres humanos debemos responder a la retirada de Dios decreándonos, despersonalizándonos, desapropiándonos, destruyendo nuestro yo, anonadándonos, para no ser un obstáculo entre Dios y su creación, entre Dios y Dios, para permitir que Dios sea.
La belleza del universo, que se mueve según unas reglas acordes con la voluntad divina, es sagrada. Dichas leyes dictan nuestro sometimiento a la necesidad. La ilusión de escapar a las necesidades ha sido adquirida por una minoría privilegiada de seres humanos al precio de someter al resto al brutal imperio de la necesidad. Weil nos insta a renunciar a la ilusión, a reconocer nuestro sometimiento común y abrazarlo, a someternos voluntariamente a la obligación de satisfacer las necesidades de nuestro prójimo mediante el trabajo –todos debemos realizar por igual trabajos físicos e intelectuales. La contemplación de la belleza del universo y el amor al prójimo son formas indirectas del amor a Dios. Pero, no debemos amar a nuestro prójimo por amor a Dios, sino por él mismo.

-¿Podemos desprender una teoría de la estética y la ética a partir de "La persona y lo sagrado"? ¿A grandes rasgos en qué consistiría?

Por supuesto. Aquí, trataré el tema de la estética, el de la ética lo expondré en el siguiente apartado, aunque la ética y la estética van de la mano, son inseparables, son lo mismo, según Ludwig Wittgenstein. Weil afirma que la obra de arte inspirada, lograda, verdadera es impersonal. Ello significa, evidentemente, que no se limita a expresar la personalidad de su creador y, también, mucho más importante, que éste renuncia a su propiedad. La obra de arte inspirada termina siendo anónima, de todos y cada uno de nosotros, así su autor se llame Homero, Miguel Ángel, Shakespeare o Raúl Zurita. Si seguimos a Maritain, quienes nos dedicamos a la creación artística somos personas, no individuos, no egoístas y, naturalmente, tendemos al bien. Si seguimos a Maritain, los mundos de la academia y el arte serían el Reino. Nada más alejado de la realidad. En los mundillos artístico y académico impera el egoísmo. La mayoría de quienes se llaman artistas repite obsesivamente “yo, yo, yo…” Pero, los artistas debemos despersonalizarnos, desapropiarnos. Debemos usar nuestros privilegios –quienes podemos dedicarnos a pensar y crear somos una minoría innegablemente privilegiada– no para hacer oír nuestra voz, sino para que, a través de nosotros, se escuchen las voces que no son oídas. Debemos callar. A través del artista habla algo que lo trasciende, así lo llamemos lenguaje, Belleza o Dios. El artista es un canal y un canal está hueco.

-¿Qué nos diría S. W. sobre los derechos humanos?

Weil es tajante. Un derecho no es nada si no es reconocido por quienes ejercen el poder. Los invito a hacer este ejercicio: lean la Declaración universal de los derechos humanos y comparen lo dicho en cada artículo con la realidad, con su mundo inmediato y con el mundo, el planeta. Resulta pavoroso. Dichos derechos no son tales, no son universales y a la mayoría de seres vivos de nuestra especie le es negada la plena condición humana, se encuentra expulsada de la humanidad. Por supuesto, resulta escandaloso negar la condición humana, pero es menos escandaloso negar la condición de persona. Los dispositivos se relacionan, operan juntos. El que las minorías privilegiadas exijan derechos de tercera generación, cuando la inmensa mayoría no goza de los fundamentales, es inmoral.

Weil propone desechar por completo el discurso de los derechos. En cambio, nos insta a pensar en términos de necesidades y obligaciones. Todos los seres humanos tenemos las mismas necesidades del cuerpo y del alma, limitadas en número y en la cantidad de satisfactores indispensables para satisfacerlas. Ninguno tiene ningún derecho, solo tenemos obligaciones para con los demás, de satisfacer sus necesidades. A diferencia de los derechos, las obligaciones siempre son vinculantes. Hay una diferencia semántica entre estos dos enunciados: “Tengo derecho a que me des de comer” y “Tienes la obligación de darme de comer”. Puedo negarme al primero, justificándome o no, pero, no puedo negarme al segundo. Esta es la ética impersonal que propone Weil. No está basada en el sujeto, sino en los otros. Debo satisfacer sus necesidades, sin exigir a cambio, ni siquiera esperar que satisfagan las mías. Weil nos invita a renunciar a la ilusión de la autonomía individual –basada en el sometimiento de los otros– y a reconocer y asumir nuestra codependencia. Sería el fin del egoísmo. Los satisfactores se repartirían equitativamente entre todos los miembros de la comunidad; en bonanza, las necesidades de todos serían igualmente satisfechas, en escasez, las necesidades de todos quedarían igualmente insatisfechas. Podríamos llamarlo comunismo, más parecido al del cristianismo primitivo que al marxista, pero Weil no propone eliminar la propiedad privada, pues los seres humanos tenemos la necesidad del alma de, al par, poseer y sentirnos parte, de echar raíces.

-¿Qué podría decirnos S. W. a los que vivimos en la Latinoamérica de hoy, en medio de tanta polarización respecto a las luchas sociales que se llevan a cabo?

Muchas propuestas de la filosofía política de Simone Weil resultan aplicables a Latinoamérica, pero me limitaré a responder la pregunta, al tema de la polarización. En un bellísimo artículo titulado “No empecemos otra vez la guerra de Troya”, Weil nos insta a reconocer que términos empleados en política y enarbolados como estandartes en las luchas por los bandos en conflicto son términos vacíos, han perdido el sentido, como Helena, son meros pretextos para guerrear, para desatar la fuerza que los seres humanos creemos ejercer, pero que, en realidad, nos domina y nos convierte en cosas, en objetos, sometidos, o en cadáveres; términos como “libertad”, “democracia”, “humanidad”, etcétera. No debemos entregarnos a la ebriedad ni a la locura colectivas, del gran animal, de la fuerza. Weil afirma que solo los fanáticos religiosos creen que una causa vale según la cantidad de sangre derramada en su nombre.
Weil también nos insta a pensar en términos de proporción, no de absoluto. Por ejemplo, pensar que nuestra forma de gobierno es democrática en tanto que… pero no lo es en tanto que…; que somos libres en la medida de… pero no lo somos en la medida de…, etcétera.
Finalmente, Weil rechaza tajantemente al gran animal, a la masa, a cualquier colectividad, de cualquier tipo. Solo el individuo tiene valor.

-¿Debemos leer a S. W.? ¿Por qué? 

Definitivamente. Hannah Arendt y Simone Weil son las filósofas de la política y el trabajo más importantes del siglo XX. Sus vidas y pensamiento guardan algunas similitudes, pero, también, diferencias abismales.

El mayor valor de la reflexión de Weil sobre el trabajo radica en que no se limitó a la observación, el análisis y la teorización. Ella experimentó la existencia obrera y campesina, sin olvidar nunca que no era una obrera ni una campesina más, sino una intelectual, una burguesa, sin perder nunca la conciencia de su situación privilegiada, que la distinguía y separaba de quienes la rodeaban. Sus reflexiones aún son válidas y pertinentes, por ejemplo, la distinción entre explotación y opresión. No debemos cegarnos al hecho de que las existencias de innumerables obreros y campesinos hoy son tanto o más precarias que las de los compañeros de Weil. Su pensamiento también puede ayudarnos a enfrentar las consecuencias de las nuevas tecnologías usadas en el trabajo, aunque no las haya conocido.

En cuanto a la política, Weil propuso un plan de gobierno, para reconstruir Francia después de la Segunda Guerra y rechazado por las autoridades de la Francia libre en Inglaterra. Es una propuesta arriesgada, diseñó un sistema tan intrincado que bastaría con que un elemento obre mal para que todo se malogre y desemboque, incluso, en el totalitarismo, si no nos desapropiamos, nos despersonalizamos y obramos en términos de obligaciones. Pero, al menos, es un reto que no podemos descartar nada más.

Finalmente, Simone Weil fue una mística, tuvo una experiencia directa de Dios que provocó un giro en su pensamiento, no una ruptura, sino un cambio de dirección, de meta. La búsqueda de la Belleza, la Verdad y el Bien es la búsqueda de Dios, pues Dios es la Belleza, la Verdad y el Bien. Pero, fue una mística sin religión, sin dogmas religiosos, que encontró la revelación divina en textos sagrados de varios credos, en los mitos, la filosofía, los cuentos y las canciones populares, y en la belleza del mundo.



Simone Weil



*Saúl Ordoñez es poeta, múltiples veces galardonado, y un comprometido pensador mexicano contemporáneo. 


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