Escribiré un cuento sobre un grupo de diputados que van recorriendo distintas facultades de Humanidades, Ciencias Sociales y Educación, porque están sumamente comprometidos con un proyecto de ley y saben que muchas de las tesis que estas facultades albergan les darán valiosas luces al respecto. Además, tienen, los diputados, muy en cuenta que estas áreas del saber pueden aportar grandes avances a la sociedad, ya que no sólo las ciencias exactas y la tecnología generan progreso. Les emociona todo lo que leen. Y en el transcurso del trabajo que llevan a cabo, se dan cuenta que la sociedad entera debería conocer todo lo que se dice en esos trabajos que estudiantes, licenciados, maestros y doctores escriben con tanto compromiso.
Pero es un cuento, y como me gusta reflejar la realidad en la literatura que escribo, este sólo puede culminar de una manera: todo es el sueño de un estudiante de doctorado en Filosofía que gana poco más de quinientos dólares al mes —obviamente no está en Venezuela— dando clases de bachillerato, y que se rebusca vendiendo comida para llevar, en la casa que sus padres le han prestado, y que por fortuna poseen, porque varios de sus compañeros viven alquilados.
Al despertar del sueño se dice a sí mismo: no puedo dejar que un diputado lea mi tesis, seguro me la fusila.
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