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Colombia: acá hay gato encerrado

Lo que sucede en Colombia me parece inspirador para toda Latinoamérica: la ciudadanía debe reaccionar e indignarse por aquellas medidas gubernamentales que acentúan las desigualdades, y salir a las calles a decir lo que se piensa no debe ser un acto extraño ni mucho menos reprochable. Y es sobre todo un acontecimiento que nos llena de esperanza ya que cada día más personas se alzan contra la autoridad despótica, porque si hacemos memoria, los alzamientos en Chile no hace mucho, también fueron en su momento, acontecimientos altamente inspiradores —y a la vez indignantes por la manera tan brutal en como el poder reaccionó. Algo que siento es que a la gente ya no se le engaña tan fácilmente. Eso creo... 

Los gobiernos de derecha siempre van a ser despreciables, porque nunca han dejado de prescindir de los intereses generales, y defenderán un mercado libre... libre sólo para los grandes capitales... no un mercado que le permita al que lo desee, sin importar su condición social, emprender en el rubro económico que más le convenga o guste, con una verdadera sensación de seguridad; para la derecha un "mercado libre" es un monopolio de los grandes, disfrazado de oportunidades para todos. No, la riqueza de unos pocos, los bajos impuestos a los que más tienen y proporcionalmente más altos para quienes menos tienen, no significa que las grandes empresas crecerán más para que se democratice el empleo, la dignidad... para todos. 

Colombia siempre ha sido un país altamente clasista (bueno, Latinoamérica entera no se escapa de esto), autores como el historiador colombiano Alfonso Múnera lo confirman, y es por ello, entre otros muchos factores, que se ha vivido tanta tensión los últimos días. La desigualdad hace que las mayorías tengan un límite en su paciencia; los pobres, los que no pueden dejar de trabajar ni un momento, tarde o temprano tienen que detenerse para alzar la voz y exigir aclarar el horizonte. Por eso la protesta es tan necesaria, y si los atropellos son profundos y continuos, la furia del subyugado está más que justificada. 

Pero, además de inspirarnos a la rebeldía, a no bajar la mirada ante los Estados fallidos que pululan de norte a sur en Nuestra América, nos dicen que eso de la "voluntad del pueblo" no es un algo tan abstracto como para que se manifieste en el discurso de los políticos, sino algo un tanto más concreto —y que obviamente grupos o individuos no están facultados para representarla: salir a la calle, y responder con violencia a la injusticia cotidiana que los Estados latinoamericanos llaman "estado de derecho", es un deber supremo, y es lo más cercano a una encarnación de lo que llamamos voluntad del pueblo, o voluntad colectiva. Como venezolano ¡vaya que lo he experimentado! 

Mas, también hay un fenómeno que me parece curioso, y hasta sospechoso, dentro de toda esta oleada de apoyos al pueblo colombiano —y de repudio a su gobierno, gobierno de derecha: los casos selectivamente ignorados de injusticia, de atropello gubernamental, de violacion de los derechos humanos, también a lo largo y ancho de la América Latina, como el del Colectivo San Isidro (y toda la lucha "contrarrevolucionaria" en Cuba desde hace no años, sino décadas), la tiranía que se mantiene en el poder en Nicaragua, la lucha feminista en México y Argentina, y la inmolación de venezolanos contrarios al gobierno bolivariano, que desde principio de milenio (o sea, desde hace veinte años), se han enfrentado a incluso francotiradores cada vez que se sale a las calles... ¿Será que hay diferencia entre la represión de los gobiernos de derecha y la de los gobiernos de eso que llaman "izquierda", que esencialmente son igual de tiránicos? Pensando en Hannah Arendt, veo en la derecha rasgos inequívocos de tiranía, y en la izquierda rasgos de totalitarismo, que me parece aún más preocupante —y que puede darle luz a mi sospechas de por qué el apoyo casi instantáneo a los colombianos y chilenos, y al contrario, a cubanos, venezolanos y nicaragüenses, indolencia. 

Como venezolano con casi seis años de exilio, es mínimo el apoyo que he visto y sentido que se nos expresa en persona, en redes sociales... Más bien todo lo contrario: he escuchado y leído expresiones como "cobardes venezolanos, no salen a las calles a defender a su país, prefieren huir", "los venezolanos no comprenden el socialismo", "el bloqueo criminal estadounidense es la causa de la crisis venezolana", y pare de contar. De los cubanos impresiona que se nieguen las condiciones en que Fidel Castro y sus secuaces los han hecho vivir desde hace seis décadas. De Nicaragua, me pregunto ¿qué diría Julio Cortázar de seguir vivo? Las personas que suelen vociferar estas falacias contra quienes nos oponemos al socialismo latinoamericano (y que suelen creer a la vez que Cuba es un paraíso) parece que no se han enterado de la dinámica de los movimientos sociales (es probable que crean que Hidalgo, Martí, Bolívar... salían a las calles con rosas a pedir libertad), ya que por un lado se indignan del tono del reclamo feminista y a la vez se podían mostrar extasiados cuando Estados Unidos ardía por la injustificada muerte de George Floyd. 

Las personas que salen a protestar en el siglo XXI contra un gobierno, sea este de derecha o izquierda, salen a protestar porque quieren la vida, quieren vivir, no salen a dar la vida por esa ficción que llaman patria, salen a defender su hogar, que es su tierra, y el hogar, la tierra, tienen sentido, sólo cuando vivimos. La muerte por un ideal es para los fanáticos, los obtusos y los cretinos. Lúcidamente dijo Bertrand Russell, que nunca daría la vida por sus ideales ¡porque él, Bertrand Russell, maestro de Ludwig Wittgenstein, podría estar equivocado! Esa estupidez de dar la vida por la patria es de lo más cursi y absurdo que en esta época podamos concebir. Las personas que han muerto en protestas a lo largo y ancho de Nuestra América en el siglo XXI no salen a la calle con la idea de morir por nadie ni nada, salen a defender la dignidad de estar vivos; los muertos y heridos en marchas, protestas, se tornen violentas o no, son el resultado de la irracionalidad de asesinos y sociópatas que detentan el poder de un Estado, que gracias a ellos, que lo dirigen, no cumple con su funcion: garantizar celosamente todos los derechos de sus ciudadanos, estos, que no son otra cosa más que la razón de ser de Estados, gobiernos... 

Con esto no trato de colocar en un baremo a estas convulsiones sociales en Nuestra América en lo que va del siglo XXI, porque sería algo indolente y un completo sinsentido, sino resaltar que hay un fenómeno sumamente grave que sí valora o desvaloriza los movimientos sociales de repudio contra el poder, y tiene un trasfondo ideológico-religioso —para Yuval Noah Harari no hay diferencias entre ideología y religión: la izquierda en el poder, a diferencia de la tiranía de derechas, es totalitaria, no se conforma con las limitadas tiranías nacionales, quiere hacer que la tiranía, el terror, sea total, libre de fronteras, y además es experta en propaganda. La furia contra la tiranía de derecha es, con razón, criticada, y en cambio la muy necesaria furia contra la tiranía de izquierda es criminalizada, subestimada, silenciada.

Acá hay gato encerrado. Y creo saber hacia dónde va la cosa. Hay que apoyar a nuestros hermanos colombianos y chilenos, pero si la justicia es un ideal en nosotros, la congruencia debería respaldar a esa sed de justicia: nicaragüenses, cubanos, y nosotros los venezolanos, necesitamos de ese apoyo también, de esa solidaridad, de esa empatía. Si no, deberíamos ser calificados de hipócritas, henchidos de sesgos ideológicos. 

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